sábado, 13 de septiembre de 2008

LECTIO DIVINA

LECTURA. ¿Qué dice el texto?
La LECTURA atenta y pausada de la Palabra escrita del Señor, es la base y el corazón de la Lectio Divina. Sin un conocimiento claro y preciso del texto, será imposible realizar los siguientes pasos de la metodología. La LECTURA es determinante para todo el método, pues si no se conoce lo que dice y transmite el pasaje, si no se entiende lo que dice la Escritura, es imposible hacer la meditación o la contemplación, como tampoco ver el actuar, aquello que se debe poner en práctica. Para una recta interpretación es determinante una lectura atenta, detenida y creyente del texto.
Una LECTURA de fe, con espíritu de discípulo, con corazón abierto y disponible, buscando conocer y profundizar aquello que el Señor nos transmite es la base para cualquier reflexión bíblica. Para nosotros que creemos, nuestro acercamiento al texto es la de un creyente y un discípulo, donde más allá de hacer un estudio detallado del texto, de conocer su estructura interna, el contexto donde fue generado, la actitud ante el texto de la Escritura es una actitud de fe, buscando conocer el mensaje que transmite para hacerlo vida y asimilarse al Señor Jesús, de ahí, que nuestra lectura no es neutra, sino la de un creyente, que encuentra en ella una revelación del Señor y una propuesta de vida.
Actitudes y disposiciones para la lectura:
Hacerla desde la Biblia y con la Biblia. Si no se tiene el texto escrito de la Biblia, será simplemente imposible hacer la Lectio Divina. De ahí que el primer paso es poseer una traducción fiel y actualizada de la Sagrada Escritura que posibilite conocer fielmente el texto original y no quedarse en interpretaciones y menos en adaptaciones, que muchas veces son manipulaciones del texto.
Tener el corazón abierto y disponible para escuchar al Señor. La lectura es una experiencia de encuentro con el Señor que nos habla por medio de su Palabra escrita, que nosotros lo debemos escuchar con atención, pues es nuestro Dios el que nos está hablando.
Riesgo o cuidado para la LECTURA: El riesgo de la LECTURA es presuponer que ya se conoce el pasaje, que ya se lo ha escuchado, cayendo en la rutina, haciendo una lectura superficial, sin prestar atención a cada palabra que está escrita, que en sí es siempre nueva. De ahí, la importancia de hacer lectura conciente, sabiendo que aquello que se está leyendo es Palabra de Dios.

MEDITACIÓN. ¿qué nos dice el texto?
La MEDITACIÓN es adentrarse en el texto, es profundizarlo, no quedarse en la información recibida en la lectura, sino ir más allá, haciendo una relectura atenta, viendo el sentido del pasaje, buscando el mensaje que transmite, actualizando ese mensaje a nuestra realidad personal, comunitaria y social.
La MEDITACIÓN es ir más allá de lo que se ha escuchado en la lectura, es buscar la riqueza que encierra, es descubrir el mensaje actual, vivo y comprometedor que el Señor nos transmite por medio de su Palabra que es siempre viva y eficaz, que es más tajante que espada de doble filo (Heb 4,12).
La MEDITACIÓN es una experiencia de escuchar al Señor que se manifiesta y que se comunica por medio de la experiencia de los demás del grupo. Es abrirse a la acción de Dios no solo en su Palabra, que es siempre eficaz, sino que también se lo busca encontrar y escuchar en cada persona que participa de la reunión, sabiendo que el Espíritu Santo actúa en todos y en cada uno de nosotros.
Sabiendo que el Señor actúa y se manifiesta, como, cuando y en quien quiere, es fundamental dar espacio para que cada uno del grupo pueda compartir lo que esa Palabra le dice, dar a conocer la riqueza que ha encontrado en ella, dando a conocer lo que el Señor le inspira y le dice. Esto es una oportunidad de ver como el Señor actúa de manera única y personal en cada uno del grupo a partir de un texto que es común para todos.
La Lectio Divina, no es una oración donde se busque ponerse todos de acuerdo sobre un punto, es simplemente compartir aquello que el Señor va inspirando por medio de su Palabra, de ahí que en la MEDITACIÓN puede haber diversas opiniones, que se deben respetar, en ciertos casos aclarar o definir cosas que no corresponden a la verdad del texto, pero en general, no es necesario ponerse de acuerdo en lo que se está compartiendo, es simplemente transmitir y dar a conocer con sencillez y humildad lo que se descubre en el texto y como el Señor inspira y toca a cada uno con esa lectura. El compartir tampoco debe llevar al debate ni a la discusión, ¡no!, es sólo comunicar lo que cada uno ve y descubre en el texto con una actitud de fe.
La MEDITACIÓN parte del texto, es sobre el texto, y es a partir del texto, para compartir lo que se ve, se descubre, se conoce, se siente del texto de la Escritura. Es imprescindible que el punto de referencia sea única y exclusivamente el texto de la Escritura. Ahí no es el momento para hacer comentarios paralelos sobre otros temas, sino que todo debe girar en torno a la Escritura.
El espíritu y el clima de la MEDITACIÓN debe ser la participación y el mutuo enriquecimiento, es un buscar en grupo lo que el Señor nos transmite por medio de su Palabra.
Riesgo en la MEDITACIÓN: Un riesgo siempre actual es querer manipular la Palabra, hacerla decir lo que uno quiere oír o lo que le interesa, tergiversando el sentido propio y original del texto. Es ahí, donde la comunidad o el grupo manifiestA el sentir de la Iglesia, dando a conocer aquello que hace parte de la propia fe que se desprende de una lectura fiel de la Palabra. Por otro lado existe el riego de que una o dos personas monopolicen y acaparen la reunión, haciendo de ella no una oración sino una charla o una clase. En esos casos el animador del grupo está obligado a dar la palabra a otros. En la MEDITACIÓN debe primar el sentido común, la caridad y la solidaridad, dando espacio para que todos participen y haya un mutuo enriquecimiento.

ORACIÓN. ¿qué le digo al Señor sobre…?
Este paso de la ORACIÓN puede resultar innecesario, pues uno dirá, ¿acaso que la lectura, no es oración?, ¿acaso que la meditación y la reflexión, no es oración?, ¿y la contemplación…?, naturalmente que todo es oración, y todo es medio para el encuentro con el Señor, pero se coloca este paso que se le llama ORACIÓN, buscando que esa palabra que fue leída y conocida en la LECTURA, que fue profundizada y reflexionada en la MEDITACIÓN, que sirvió de medio para el encuentro de corazón a corazón con el Señor en la CONTEMPLACIÓN, ahora se pretende iluminar nuestra vida personal o comunitaria a la luz de esa Palabra pidiendo la gracia para vivirla, o agradeciendo por el don que ella significa, o alabando al Señor por lo que ha implicado su revelación o su persona.
La ORACIÓN es un recurso que se propone para que a partir de la Palabra se aplique el mensaje que ella transmite a nuestra realidad, buscando identificarnos con el mensaje que transmite y comunica.
Como toda oración y todo encuentro, en sí no hay reglas ni normas fijas. En este paso de la ORACIÓN cada uno, a partir del texto leído, meditado y contemplado le pide, o le agradece al Señor por lo que crea más conveniente. Es actualizar esa Palabra en nuestra vida actual.
Riesgo: Es el divague, es no aplicar la Palabra a la propia vida, a la familia o a la comunidad. El peligro de la ORACIÓN es hacer oraciones tan generales y sobre cualquier cosa, que se aplicarían muy bien a cualquier texto. En cambio aquí lo que se busca es que ese texto reflexionado diga algo a la realidad que estamos viviendo.

CONTEMPLACIÓN. ¿qué me hace decirle al Señor?
La CONTEMPLACIÓN es en sí misma la oración más profunda y personal. Allí ya no entra solo el saber y el conocer cosas de la Biblia, sino que es el encuentro personal y directo con el Señor. Ahí ya no cuenta la información que se posea, sino cómo se utiliza todo eso que se sabe de Dios, ya no para hablar del Señor sino CON Él.
Si en toda la Lectio Divina no existe una regla fija, sino que son pasos abiertos en busca del Señor por medio de su Palabra, en la CONTEMPLACIÓN esto es la norma. Pues aquí uno se está metiendo en el mundo de Dios, donde no existen reglas, sino donde todo es gracia y don.
En la CONTEMPLACIÓN se parte del texto que se leyó y se meditó, todo aquello que se ha dicho, que se ha escuchado, que se ha conocido ahora sirve de medio para hablarle al Señor de corazón a corazón. La CONTEMPLACIÓN es buscar que la experiencia que ha tenido el escritor sagrado al comunicarnos el texto revelado que eso se actualice en uno mismo a partir de lo que fue conocido. Es conocer vivencialmente al Señor no solo intelectualmente, sino adentrandose en el corazón de Dios, buscando conocer aquello que se conoce y se intuye a partir del texto.
La CONTEMPLACIÓN es anticipo de la eternidad, pues según Jn 17, 3 “…la vida eterna es que te conozcan a ti, Padre eterno y a tu enviado…”. Es esto lo que se busca en la contemplación conocer en profundidad a Aquel que da sentido a todo lo que creemos, a nuestro Dios, que es Uno y Trino. En este sentido el texto nos da pistas, pero el profundizarlos, eso depende de la correspondencia y de la apertura de cada uno al Señor, que sale a nuestro encuentro y quiere que lo conozcamos, para esto nos da los medios y la gracia para conocerlo.
Para la CONTEMPLACIÓN no es suficiente ser inteligente, sino que se necesita ser una persona con sed de Dios, con ganas de conocerlo y amarlo, de buscarlo y encontrarlo. De ahí que la CONTEMPLACIÓN lleve a ese encuentro personal y dialogal con el Señor, es adentrarse en el texto llegando al corazón del Señor.
CÓMO hacer la CONTEMPLACIÓN.
- En sí todos tenemos el texto escrito, podemos conocer el contexto donde fue escrito, la situación que generó dicho texto escrito, la finalidad del escritor sagrado, la forma como lo transmitió, pero todo esto puede ser simple información sino se consigue trascender toda esa información, haciéndola vida.
- CENTRARSE EN JESÚS. Nuestro interés básico y fundamental es conocer al Señor Jesús, lo que hace, lo que dice, lo que siente, cómo actúa y su manera de relacionarse con el Padre y con la gente. Es por esto, que después de reflexionar sobre el pasaje, debemos parar y mirar al Señor Jesús, buscar fijarse solo en Él. Ver lo que el texto dice sobre lo que hizo o dijo. Si el texto menciona algún detalle, jerarquizarlo. Pero centrarse en Él y mirarlo fijamente, acompañarlo si va caminando, escucharlo de cerca y buscar fijarse en sus ojos para ver su corazón.
- VISUALIZAR. En la meditación entra la razón y la inteligencia, en la CONTEMPLACIÓN, la imaginación y la sensibilidad a lo espiritual. Queriendo conocer al Señor, detenerse, utilizar todos los recursos que se disponga para visualizar el pasaje que se está reflexionando. Ver los detalles, situarse en el momento y en el cuándo se realiza. Ser uno más de los que están con el Señor, colocarse uno a su lado, mirarlo, verlo, escucharlo, prestar atención a sus palabras. Mirarle al Señor, fijarse en sus ojos, dejar que Él nos mire a cada uno de nosotros, quedarse en el silencio de una mirada penetrante que llega hasta lo más hondo del ser de uno mismo.
- diálogo. Estando en esa situación mutua mirada, siendo inundados por el amor que el Señor da, buscar el diálogo con Él, el coloquio de corazón a corazón. A partir de aquello que fue dicho, que eso sirva para ir más allá del texto, ser capaces de interrogar y conocer al Señor, preguntarle sobre lo que siente, el porqué hace lo que hace o dice lo que dice. Compartir con Él lo que uno siente ante esa situación, lo que piensa de lo que Él dijo o hizo y que eso genere el diálogo con Él, hablarle, contarle, preguntarle, pero a su vez darle tiempo para que Él responda y se dé a conocer, y allí está la oración del silencio, del escuchar, del prestar atención, de oír al Señor en lo más profundo del corazón, donde solamente lo pueden oír los que lo quieren oír, pues Él habla en el fondo del alma y su voz es clara para aquellos que tienen el corazón abierto. A esto se le llama

ACCIÓN ¿qué va a cambiar…?
Siempre es bueno recordar que la Palabra del Señor no es solo para ser conocida, sino que ella debe ser hecha vida (Mt 7,21), y debe ser el fundamento de nuestras actitudes y de nuestros gestos (Mt 7,24-27), porque son bienaventurados: “…lo que escuchan la Palabra y la ponen en práctica…” (Lc 11,28). Esto es el fundamento del quinto paso de la Lectio Divina, el ACTUAR, el vivir, el hacer vida aquello que fue reflexionado y rezado.
Si de verdad hubo encuentro de corazón a corazón con el Señor, no se puede seguir siendo el mismo, algo debe cambiar, de alguna manera se debe vislumbrar aquello que fue conocido.
La Palabra del Señor es una propuesta de vida, es un estilo de vida, una manera de vivir la vida, pero no es información, sino Buena Nueva, ella es para ser asumida y vivida. De ahí la necesidad de iluminar la propia vida con esa Palabra y ver de qué manera uno se está identificando y asumiendo ese estilo de vida. Es en este sentido donde el Actuar es un mirarse a uno mismo y sincerarse a sí mismo, viendo dónde uno está parado y a la luz de eso ver qué se puede hacer para hacer vida ese proyecto que el Señor nos deja en su Palabra.
El ACTUAR es un mirarse a uno mismo, es buscar las actitudes y la manera de vivir el mensaje que se ha encontrado y que es propuesta para mi, hoy, aquí y ahora.
Riesgo: El riesgo en el ACTUAR es que las personas no apliquen el texto a su vida, sino que lo apliquen a la vida de los demás, dando recetas para todos, menos para sí mismas. A su vez es bueno recordar que en el mundo de la vida espiritual todo es gracia y don, y ahí es el Señor quien actúa y se manifiesta y que nosotros apenas somos receptores de su amor, siendo así tener cuidado para no caer en un voluntarismo e individualismo obsesivo, donde uno dice: voy a hacer y lo voy a hacer, porque yo quiero… Eso no, en cambio, sí es importante escuchar aquello que el Señor está iluminando e inspirando por medio de su Palabra, escuchar y ver su voluntad por medio del texto que se está reflexionando

LECTIO DIVINA

ACTITUD
La Palabra no es magia, no es automática. El hecho de utilizar unos pasos que en sí son medios para el encuentro con el Señor, no significa ni garantiza un encuentro vital. Es verdad, que ella es siempre eficaz, pero no es automática, no es algo mecánico, sino que requiere una disposición, es imprescindible una apertura y una docilidad a la acción del Señor en uno por medio de su Palabra. Siempre va a requerir una respuesta a la manifestación y a la acción de Dios en nuestra vida.
La Lectio Divina y en sí la lectura de la Sagrada Escritura es un adentrarse en el mundo de la gracia, en el mundo de Dios, donde todo es don, donde todo es gratuidad, donde todo es manifestación del Señor, donde nada es debido, sino que todo es expresión de amor.
El encuentro con el Señor por medio de su Palabra es algo vital, es algo renovador y transformador, es acción directa del Espíritu Santo por medio del texto escrito, pero es fundamental una respuesta a esa manifestación, que requiere una correspondencia, al amor preferencial del Señor que se revela por medio de su Palabra. Si de verdad hay encuentro con el Señor nunca, de ninguna manera uno puede salir siendo la misma persona. Eso no, sino que el encuentro lleva a la transformación y esta transformación es respuesta y docilidad a la acción del Señor en uno mismo.
La Lectio Divina es una metodología que busca profundizar el texto bíblico en vista a la vida, que trasciende lo escrito para adentrarse en el mundo de Dios que está como base de toda la Escritura. En sí es una experiencia espiritual con la Biblia haciendo que ella sea Palabra viva de Dios para cada uno de nosotros, por medio de la oración.
Es un modo de asumir la espiritualidad, es tener la Biblia como elemento básico de toda la vida, es hacer de la Palabra escrita el alimento diario para la fe. Es buscar al Señor por medio de la Palabra que se revela en ella, para encontrarlo vivo y presente en el hoy, aquí y ahora.
La Palabra escrita en la Escritura es un medio para el conocimiento y el encuentro con el Señor, de ahí que ella es fuente de vida espiritual tanto personal como comunitaria. En la medida que cada uno tenga familiaridad con la Palabra que se acostumbre a leerla personalmente, a rezarla y a utilizarla como medio para el encuentro vivencial con el Señor, el encuentro comunitario será mucho más rico y profundo, pues será un compartir las experiencias y las riquezas del encuentro con el Señor, a partir de la Palabra.
La Lectio Divina no es simplemente pasos para conocer la Biblia, sino un medio privilegiado para conocer existencial y vivencialmente la Palabra, para hacer de la Escritura el alimento y la vitalidad para la vida de fe.

PASOS
La Lectio Divina busca profundizar el texto de la Biblia por medio de cinco pasos que son consecutivos y concadenados, pues uno está en relación al otro y el anterior da elementos al posterior, llevando a un conocimiento gradual del texto, teniendo diferentes acercamientos al texto escrito, buscando el mensaje que transmite y la actualidad que tiene para nuestra vida, queriendo así hacer vida la propuesta que nos presenta el Señor por medio de su Palabra escrita. De ahí que los pasos de la Lectio Divina son medios que partiendo del texto se busca iluminar y transformar la vida.
Con la Lectio Divina se busca el encuentro personal y vivencial con el Señor, para esto se parte del texto escrito, pero la meta lo es lo escrito, sino Aquel que suscitó la Escritura y que motivó al escritor sagrado a comunicarlo. Esto es gracia y don del Señor, de ahí la necesidad de acercarse al texto de la Biblia con el corazón abierto y disponible para escuchar al Señor y que de esa escucha surja el encuentro vivo y actual con Él, que siempre está presente y es el que nos motiva a conocerlo y amarlo por medio de su Palabra.
En la Lectio Divina se siguen cinco pasos, que son momentos de oración y de búsqueda del Señor, como son: LECTURA. MEDITACIÓN. ORACIÓN. CONTEMPLACIÓN. ACCIÓN. Estos pasos son medios y no fin, de ahí que se los debe seguir como ayudas, pero no ser rígidos en su utilización, esto todo depende de la situación. Como criterio para seguir los pasos, es el ENCUENTRO con el Señor. Siendo así es de considerar que una es la actitud en la oración personal, donde estos pasos se relativizan y se flexibilizan, pues se los utiliza en la medida que ayuden y favorezcan ese encuentro con el Señor. En la oración individual uno debe detenerse en el momento en el que el Señor haya iluminado o inspirado, es ahí donde se debe profundizar y dejarse conducir por el Espíritu; habiendo sentido la presencia o la acción del Señor en uno, ya no es necesario hacer todos los pasos, es simplemente deleitarse de la Palabra o de la inspiración del Señor y quedarse en su presencia siendo transformado por la presencia y la acción del Señor.
En cambio, cuando se realiza la Lectio Divina en grupos, allí es recomendado y aconsejable realizar todos los pasos, para ir formando la mentalidad y el corazón de los participantes, para que partiendo del texto, del compartir las inspiraciones que el Señor suscita y enriquecerse con la sabiduría de la Palabra, que eso ilumine la propia vida y cuestione la manera como se está viviendo, en vista a manifestar con actitudes y gestos concretos aquello que fue reflexionado, rezado y contemplado.
Es de insistir, los pasos, son medios, como también toda la Lectio Divina es medio y no fin, lo mismo que la Biblia en sí misma, ella no es fin, sino medio para el conocimiento de la revelación y de la manifestación del Señor.

APRENDIENDO LECTIO DIVINA

¿Qué es?
La Lectio Divina más que un método de lectura y oración de la Biblia, es una experiencia de Dios, porque a partir del conocimiento del texto escrito, se busca la experiencia fundante que está como base de toda la revelación. En sí todo texto escrito es fruto de una experiencia vivencial del escritor sagrado que ha vivido y experimentado él o el pueblo, una experiencia de encuentro y conocimiento de Dios que lo ha marcado y ha tenido la capacidad de transmitir aquello que ha sido determinante en su vida o en el de la comunidad como ser el descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos en la revelación explícita. Este hecho que ha sido impactante y que lo ha llevado a conocer al Señor que lo ha tocado y marcado, lo ha puesto por escrito. De ahí, que el texto en sí mismo es una experiencia de Dios, en la que el creyente al acercarse al texto escrito debería hacer su propia experiencia de Dios, partiendo del texto revelado, buscar el encuentro vivencial con el Señor.
La Lectio Divina más que un método de lectura de la Biblia es una EXPERIENCIA DE ENCUENTRO CON EL SEÑOR, pues, la dinámica interna de los pasos que sugiere no se agotan en el texto en sí, sino que lo transciende, haciendo que partiendo del texto escrito en la Biblia se busque el encuentro personal con el Señor. De ahí, que la Lectio Divina es una instancia para una experiencia espiritual, buscando rehacer y retomar la experiencia original del escritor sagrado actualizándola en la propia vida.
Este proceso de búsqueda del Señor es una experiencia mística, donde no entra únicamente lo intelectual, sino que es una experiencia de Dios en el hoy, aquí y ahora. De nada sirve conocer lo que han sentido y vivido otros personajes si uno mismo no es capaz de hacer esa experiencia. Es esto lo que posibilita y facilita la Lectio Divina, pues por medio de una lectura gradual del texto se va profundizando y adentrando en el mensaje que transmite buscando al Señor que se da a conocer por medio de esa revelación. Es por eso que la Lectio Divina no es simplemente un método de lectura, que se limita y agota en el texto escrito, sino que partiendo del texto de la Escritura favorece la búsqueda del Señor, siendo Él el sentido de toda la lectura y de la búsqueda del Señor.
La Lectio Divina como medio para la experiencia de Dios a partir de la Escritura, no se agota en el texto escrito, en sí, eso no es el fin del método, sino que partiendo del texto se busca al Señor, para encontrarlo vivo y presente en su Palabra escrita, para reconocerlo en su palabra viva en la vida de cada día. Y de este encuentro con el Señor, que siempre es un encuentro vivo y actual, que siempre es novedoso, que siempre tiene facetas y modos diferentes y únicos, se llega a la vida, que es el lugar donde se cataliza y se visualiza toda experiencia de Dios. Es en el actuar, en la cotidianeidad del día a día, donde aquello que fue rezado se debe manifestar.
Es por esto que la Lectio Divina, si bien trabaja el texto escrito, lo profundiza, lo reflexiona, lo reza, siempre tiene la perspectiva de la vida, siempre busca aplicar esa palabra al día a día, a hacer vida aquello que fue conocido por medio de la Escritura. Para los cristianos el texto bíblico no es meta en sí misma, no buscamos apenas conocer cosas de la Biblia para repetirlos mecánicamente, sino que la finalidad y la meta de la revelación es la adhesión consciente, libre y amorosa a Aquel que se nos ha revelado en las Escrituras. Es por esto, que decimos que la Lectio Divina nos introduce a una experiencia de Encuentro con Señor por medio de pasos que van profundizando el texto bíblico. Pues es sabido que lo fundamental no es saber cosas de la Biblia, sino vivirlas y hacerlas actitudes y gestos concretos, actualizando la vida y el proyecto del Señor Jesús.
Decimos que la Lectio Divina favorece en encuentro con el Señor, ya que la metodología no se limita ni se agota en tratar el texto en sí mismo, buscando conocer su situación, su estructura, su gramática, ni su teología. Todo esto sí se tiene en cuenta, y son la base para cualquier reflexión bíblica, de hecho, estos aspectos son considerados en la LECTURA y la MEDITACION. En la medida que se tenga información sobre el texto, será de mayor utilidad a la hora de buscar aplicar este pasaje a la propia vida, evitando así una manipulación del mensaje que nos transmite el pasaje bíblico. Pero la Lectio Divina tiene todavía otros pasos que llevan a que todo el conocimiento que se pueda tener de las Escrituras sean un medio para llegar al Señor, ya que la finalidad de toda nuestra fe es el encuentro vivencial con el Señor. De ahí, que después de haber conocido el texto bíblico por medio de la lectura y la meditación de dicho pasaje, se pasa a la ORACIÓN Pues, una vez que uno haya tenido esa experiencia de encuentro con el Señor, que lo haya conocido, que se haya buscado el conocimiento íntimo del Señor, viendo, reflexionando, conociendo sus actitudes, su manera de ser, sus sentimientos y habernos colocado delante de Él para mirarnos a la luz de su Palabra, en la oración, uno coloca todo lo que se está viviendo en sus manos, pidiendo su ayuda y su gracia para iluminar y dar sentido a toda a la vida a la luz de la Palabra del Señor. De allí se busca el encuentro vital, personal, transformador con el Señor, por medio de la CONTEMPLACIÓN. Y esto es el punto alto, la cima y el culmen de toda la Lectio Divina. Es aquí donde uno se mete en el mundo de Dios, donde ya no hay reglas, ni estrategias, ni metodologías, donde simplemente se vive la experiencia de la gratuidad del Señor, que se da a conocer y que busca el encuentro con nosotros. Y esto es el mundo de la gracia de Dios, donde nada es debido y todo es don y gratuidad.
De este encuentro con el Señor, se desprenden el paso siguiente, la ACCIÓN. Esto es como una consecuencia natural, donde el texto ya no es fin en sí mismo, sino que eso busca iluminar la propia vida, de ahí que se pretende asumir la propuesta hecha en las Escrituras, haciéndola vida en nuestro hoy, aquí y ahora, sabiendo que el texto sagrado no es información, sino que ella es una buena nueva, que la debemos hacer vida, para tener la vida que solamente el Señor nos la puede dar.
Esta dinámica que parte del texto y que busca reflejarla en la vida, viviendo la propuesta de vida que el Señor hace a través de las Escrituras, es la motivación y el espíritu de la Lectio Divina, es decir, buscar conocer, amar y seguir al Señor, imitándolo y viviendo su estilo de vida.
La Lectio Divina propone un método centrado en la Palabra escrita, pero cuya finalidad básica y fundamental es el Señor. Jesús como centro y sentido pleno de toda la Escritura es al que se busca, es a Él a quien se quiere conocer, es a Él a quien se quiere imitar y seguir, buscando adquirir “…la ciencia suprema de suprema de Jesucristo…” (Flp 3,8).
Este conocimiento vivencial y existencial de la Escritura pretende y apunta a crear discípulos, aprendices del evangelio, personas que enamoradas del Señor, busquen identificarse con la propuesta y el estilo de vida del Señor Jesús. De ahí que se busca conocer para imitar, adherirse para identificarse.

ADORACIÓN

¿Qué es adorar? simple y llanamente es reconocer que Dios es Dios. Que Dios es Dios y eso es lo que verdaderamente importa. Que Dios es Dios y lo es en mi vida, en mi historia, en todo lo que soy y en todo lo que poseo. Y en este reconociemiento postrarnos en su presencia, su presencia divina, su presencia poderosa y llena de gloria. Postrados delante de Él proclamar que Él es nuestro dueño que se merece toda la alabanza, la gloria, la vida misma. Proclamar que es el _Señor, el Rey Eterno, el Grande.
Adorar es ver nuestro ser criaturas al lado del Creador y sentirnos amados, mimados, observados por Él. Reconocer que somos nada y sin embargo llenos de la dignidad de hijos de Dios. Adorar es vivir como hijos de este magnífico Padre, dar testimonio de que toda la gloria es para Él.
Adorar no es solo doblar las rodillas, es doblegar el corazón y la voluntad a su Santa Voluntad, es reconocer su grandeza y esplendor, su reinado sobre nuestra vida, reconocer que sin Dios no somos ni podemos nada.
Aadorar es la vida misma, no es solo una forma de oración, podemos decir muchas palabras y esas muchas palabras pueden estar totalmente vacías de adoración. Pero podemos hacer un profundo y prolongado silencio ante su majestad, al callar nuestra humanidad queda al descubierto la verdadera adoración, donde Dios es importante y no nuestras palabras. Por eso, adorar, no es solo decirle al Señor "Te adoro", sino que es vivcr el "te adoro, Dios".
Adorar es optar siempre por la voluntad de Dios, es dar la videa cada instante por Él, cueste lo que cueste, porque temos claro que Él lo merece y que es lo único digno de Él, nuestra decisión y el convencimiento de su presencia, de su existencia, de su amor y de su señoríuo en nuestra vida.
Dios es Dios y eso basta, es el pensamiento y l a experiencia de los santo, y la santidad es adoración. Ser santos es adorar, es reconocer que solo basta que Dios sea Dios y que lo sea en mi vida y que lo sea en la tuya. Hna. Ivana

viernes, 12 de septiembre de 2008

¿QUIÉNES SON FELICES?

Felices, dice el Señor, los que tienen una serie de cualidades especiales. Felices los pacientes, los limpios de corazón, los que luchan por la paz, los que tienen hambre y sed de ser justos... Felices más bien los que se animan a subir a la montaña y sentarse junto a los pies del Maestro.
Jesús comienza el Sermón de la montaña, mirando a la multitud: dice la Palabra "Jesús, al ver la multitud, subió a la montaña, se sentó y comenzó a decirles..." pero también dice: "sus discípulos se sentaron alrededor de Él".
¿Quienes captarán, escucharan, asimilaran mejor lo expresado por el Señor? ¿Los discípulos? o ¿La multitud? Sin lugar a dudas que los discípulos recibirán de manera distinta y especial la proclamación de esta Palabra. Y no solo recibirán la Palabra, sino captarán los gestos, la mirada, la dulzura de la voz, gestos que solo pueden ver y disfrutar los que están cerca.
Hermanos, no podemos aceptar la voluntad de Dios sin aceptar el subir a la montaña y sentarnos alrededor del Maestro. El discípulo aprende en la Escuela de jesús, en ninguna otra. Solo en Jesús está la verdadera enseñanza y no la podemos escuchar solamente como parte de la multitud, necesariamente tenemos que acercarnos, ir a Él, estar cerca para escuchar en detalles.
Por eso que los mensajes de Cristo lo pueden vivir los discípulos, pero aquellos discípulos que se animaron a acercarse, a escucharlo bien de cerca, aquellos que se subieron a la montaña.
La oración es ese subir, subir al encuentro de Dios, ir a sentarse a sus pies, observarlo, no solo escucharlo. La oración es el lugar donde no solo hablamos con Dios, sino que lo escuchamos a Dios. Si la oración no me lleva a escuchar a Dios no es oración, es monólogo, y eso no sirve para la vida espiritual. Mas bien, en mi oración, primero que hable Dios y luego le hablo Yo.
Qué importante sería nuestro caminar en la vida espiritual si cada día nos acercáramos al Señor con esta delicadeza y con esta sed de escucharlo.
El mensaje de las bienaventuranzas, por algo, comienza diciéndonos la actitud del Señor en primer lugar y dándonos el detalle de la ubicación de los discípulos. Y este magnífico sermón, que va del capítulo 5 de Mateo hasta el 7, nos narra la verdad que Cristo vino a revelar. El no abolirá nada, sino que perfeccionará y cumplirá. Y nos dice que no so los que le dicen Señor, Señor, los que se ganarán el Reino, sino aquellos que lo escuchan y ponen en práctica sus enseñanzas. Los verdaderos discípulos son los que hacen la voluntad del Padre y quienes la enseñanan a otros.
Y todo lo que manifiesta el Señor a la multitud, lo manifiesta en primer lugar a sus discípulos que ¿dónde están? a sus pies, escuchándolo de cerca.
Animémosno a acercarnos a Dios, así recibiremos sus enseñanzas de cerca y estaremos capacitados para vivir.
Hna. Ivana

¡Jaire!

¡JAIRE!

¡Jaire, María, llena de gracia! ¡Alégrate, María, llena eres de Gracia! (Lc.1, 28). Es una invitación especial de alegría y a la alegría. Alegría característica de los que viven en Cristo, alegría que es el sello de los redimidos.
Hermanos amadísimos, ¡Jaire! Desde nuestro Bautismo, y en nuestro Bautismo, hemos recibido este hermoso saludo. En el momento sublime, en el cual y por el cual, el Señor limpió nuestra alma de pecado; cuando Él habitó en nuestro interior con su presencia, su amor, la Fe, la Esperanza, la Caridad. Cuando invadió nuestro interior con su vida divina a través de la GRACIA SANTIFICANTE, nos dice a cada uno: Jaire… alégrate… eres lleno de Gracia, eres llena de Gracia.
¿Cómo no vivir en la alegría? Y ¿Cómo no vivir invitando con nuestra vida a la alegría? Todo en nosotros debe decir que estamos alegres. Alegres, más bien, FELICES. Una característica que no puede faltar es la alegría, en la vida comunitaria. Una comunidad triste es una triste comunidad. La alegría del encuentro, la alegría de los hermanos, la alegría del ágape, del compartir, de la puesta en común. La alegría de la comunión, la alegría de la presencia viva y real de Jesucristo en medio nuestro. La alegría de los enamorados, de los que se han dejado seducir por el Amado. La alegría de quienes confían en el Señor y experimentan su fidelidad, la alegría de quienes reposan en Dios y descansan en sus manos. La pregunta que debemos hacernos a cada momento, a cada instante es la siguiente ¿Cómo no estar alegres? O si no lo estoy ¿Por qué me falta la alegría? Y si repasamos la lista anterior encontraremos muchas respuestas y todas serán muy duras: si me falta la alegría puede ser, en primer lugar, porque no tomo conciencia de que Dios vive en mí, y que esa vida de Dios en mi produce sí o sí felicidad, porque Dios es Feliz. Tal vez nunca pienso en la Gracia Santificante, no me detengo a adorar a Dios que vive en mi, a compartir su felicidad, a dejarme alegrar con pensamientos tan altos. O tal vez la falta de alegría puede deberse a que no me siento comunidad, o no me siento hermano, o no comparto, no me abro, no me doy a conocer, no pongo mi vida en común; y ese cerramiento en mí mismo no puede producir otra cosa que tristeza, pesar, incomodidad. O quizás la falta de alegría radique en que todavía no me siento o no estoy enamorado de Jesús, o es un amor muy pobre, muy medido, muy condicionado, muy lejano. Un amor demasiado humano, sin fe. O la razón de la falta de alegría es la poca confianza, o el dejar de reposar en el Señor, o la búsqueda de la felicidad en placeres mundanos, la falta de mirada sobrenatural en los acontecimientos de la vida. O el querer escapar de la cruz, del dolor, del sacrificio. El huir de la voluntad de Dios quita la alegría de pertenecerle. Y así, podríamos seguir con muchas, muchas razones que pueden empañar o quitar la alegría.
Pero el saludo que recibimos en el Bautismo, el ¡Jaire! Que cada uno ha recibido es totalmente personal, actual y duradero, porque cada día el Señor vuelve a llamarnos a la alegría, que no es más ni menos que tomar conciencia de que ¡¡¡LLEVAMOS UNA FIESTA ADENTRO!!! Hna. Ivana

jueves, 11 de septiembre de 2008

DIOS NOS HABLA

¿Cómo nos damos a conocer? A través de la Palabra. La palabra nos da a conocer, revela lo que somos, lo que pensamos, lo que sentimos. Nadie puede saber lo que hay dentro nuestro hasta que lo expresamos. Por eso la palabra es clave en el conocimiento personal. Por la Palabra nos comunicamos y nos damos a conocer.
¿Cómo se revela Dios? ¿Cómo conocemos a Dios? a través de su PALABRA.
Muchas veces habló Dios a su pueblo, de muchas maneras habló, y lo dijo todo y de una sola vez en Cristo Jesús, su Hijo, el Mesías, la Palabra de dios hecha carne, el Verbo de Dios hecho hombre.
Nos hemos acostumbrado a escuchar hablar de Dios, pero poca costumbre tenemos de escuchar a Dios que nos habla.
Ir al encuentro de la Palabra de Dios es o debe ser una necesidad, una urgencia. Una necesidad grande, la misma necesidad de Comer su cuerpo y su Sangre. En la Santa Misa tenemos dos grandes Banquetes, dos grandes Mesas, la Mesa de la Palabra y la Mesa de la Eucaristía. Esto nos hace ver con claridad esa necesidad de alimentarnos de la palabra de dios, de ir a su encuentro, de llenarnos de Él, de escuchar su voz, de conocerlo.
La Santa Biblia no es un simple libro de religión, es el libro de la Palabra de Dios. Es Dios que nos habla. La Palabra de Dios es viva, es eficaz, es poderosa, es la Palabra por la cual fueron hechas todas las cosas. Todo lo que existe fue pronunciado por la Palabra.
Para acercarnos a la Palabra de Dios tenemos que disponernos, sobre todo con mucha fe, acercarnos verdaderamente a escuchar, a escuchar a Dios que habla. Y a Dios que nos habla, ya que esa Palabra se pronuncia para nosotros, para cada uno en especial y personalmente.
La Biblia no es un libro de recetas, es un libro de vida y para la vida.
Es Dios que nos dirige la Palabra para que lo conozcamos. Conocer a Dios es conocer su pensamiento, su voluntad.
Acerquémonos a la voz de Dios con los oídos del corazón bien abiertos y dispuestos a dejarnos enseñar por Dios.

sábado, 6 de septiembre de 2008

COMUNIDAD

FRATERNIDAD

COMUNIDAD

Misa en Comunidad

COMUNIDAD

jÓVENES... (con infiltrada)

COMUNIDAD

Grupo de estudio comunitario

COMUNIDAD

Mis hermanos

LITURGIA DE LA PALABRA

LITURGIA DE LA PALABRA

Cristo, Palabra de Dios: Nos asegura la Iglesia que Cristo «está presente en su Palabra. Cuando se lee la Sagrada Escritura, es Dios quien nos habla. Cuando se leen las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra, anuncia el Evangelio. Por eso, las lecturas de la Palabra de Dios, que proporcionan a la liturgia un elemento de la mayor importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración. En las lecturas, que luego desarrolla la Homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el Misterio de la Redención y salvación, y le ofrece alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta Palabra Divina la hace suya el pueblo con los cantos y muestra su adhesión a ella con la Profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la Oración Universal, hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo.
La liturgia de la Palabra pretende recordar la Historia de la Salvación, es decir, revivir todo el esfuerzo que Dios continuamente ha hecho y está haciendo para salvar a los hombres. En la primera Lectura se recuerda ordinariamente la historia del pueblo de Israel; en la segunda la historia de la Iglesia inicial y, como centro, en la tercera Lectura, se trae a la memoria la vida de Cristo, la historia de la vida de Cristo que es el centro de toda la historia de la salvación.
Los días entre semana se lee una de las dos primeras lecturas, o bien es del Antiguo Testamento, es decir, la historia del pueblo de Israel o la historia de la Iglesia, que corresponde al Nuevo Testamento. Por tanto, uno de los propósitos de La liturgia de la Palabra es recordar, tener siempre presente las maravillas realizadas por Dios.
Lo más importante durante la Liturgia de la Palabra, es tomar conciencia de que lo que escuchamos es realmente Palabra de Dios. Una Palabra que no fue sólo inspirada y escrita por unos hombres hace siglos sino que vuelve hoy a dirigirse a mi alma, a interpelar a cada una de las personas presentes en la Misa. No es una Palabra que Dios pronunció en el pasado y ahora nosotros debemos hacer un esfuerzo para aplicarlo a nuestra vida. No, es una Palabra que hoy Dios vuelve a pronunciar, vuelve a decir a cada uno que escucha con atención. Ese es el Misterio de la Biblia, de las Sagradas Escrituras. Es una Palabra Viva, una Palabra inspirada, inspirada en el pasado pero también que inspira en el momento actual a aquellas personas que la escuchan, a aquellas personas que abren su corazón. En esta parte de la Misa no sólo estamos escuchando una historia pasada, estamos escuchando lo que Dios quiere de cada uno de nosotros en el día de hoy. Si tenemos el corazón abierto durante la Santa Misa, Dios nos hablará a través de su Palabra.
Recibir del Padre el pan de la Palabra Encarnada: En la liturgia es el Padre quien pronuncia a Cristo, la plenitud de su Palabra, y por él nos comunica su Espíritu. En efecto, cuando nosotros queremos comunicar a otro un mensaje importante, o nos queremos dar a conocer le hablamos. En las palabras encontramos el medio mejor para transmitir lo que queremos hacer saber de nosotros. Y nuestra palabra humana transmite, claro está, espíritu humano.
El Padre celestial, hablándonos por su Hijo Jesucristo, que es la plenitud de su Palabra, nos comunica así su Espíritu, el Espíritu Santo. Siendo esto así, necesitamos aprender a comulgar a Cristo-Palabra como comulgamos a Cristo-Eucaristía. Recibir el pan de la Palabra y unirnos a esa Palabra viva para que fructifique en nosotros, para asumir el Espíritu de Dios en nuestra existencia.
En la liturgia de la Palabra se reproduce aquella escena de Nazareth, cuando Cristo asiste un sábado a la sinagoga: «se levantó para hacer la lectura» de un texto de Isaías; y al terminar, «cerrando el libro, se sentó. Los ojos de cuantos había en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oir» (Lc 4,16-21). Con la misma realidad lo escuchamos nosotros en la Misa. Y con esa misma veracidad experimentamos también aquel encuentro con Cristo resucitado que vivieron los discípulos de Emaús: «Se dijeron uno a otro: ¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24,32). Si creemos, gracias a Dios, en la realidad de la presencia de Cristo en el Pan Consagrado, también por gracia divina tenemos que creer en la realidad de la presencia de Cristo cuando nos habla en la liturgia. Cuando quien lee dice al término de las lecturas: «Palabra de Dios», no está queriendo afirmar solamente que «Ésta fue la Palabra de Dios», dicha hace veinte o más siglos, y ahora recordada piadosamente; sino que «Ésta es la Palabra de Dios», la que precisamente hoy el Señor está dirigiendo a sus hijos.
La doble mesa del Señor: En la Eucaristía, como sabemos, la liturgia de la Palabra precede a la liturgia del Sacrificio, en la que se nos da el Pan de vida. Lo primero va unido a lo segundo, lo prepara y lo fundamenta. Recordemos que ése fue el orden en el encuentro de Cristo con los discípulos de Emaús (LC. 24,13-32).
En este sentido, el Vaticano II ve en la Eucaristía «la doble Mesa de la Sagrada Escritura y de la Eucaristía». Desde el ambón se nos comunica Cristo como Palabra, y desde el Altar se nos da como Pan Vivo. Y así el Padre, tanto por la Palabra Divina como por el Pan de Vida, es decir, por su Hijo Jesucristo, nos vivifica en la Eucaristía, comunicándonos su Espíritu. Por eso San Agustín, refiriéndose no sólo a las Lecturas Sagradas sino a la misma predicación decía: «Toda la solicitud que observamos cuando nos administran el Cuerpo de Cristo, para que ninguna partícula caiga en tierra de nuestras manos, ese mismo cuidado debemos poner para que la Palabra de Dios que nos predican, hablando o pensando en nuestras cosas, no se desvanezca de nuestro corazón. No tendrá menor pecado el que oye negligentemente la Palabra de Dios, que aquel que por negligencia deja caer en tierra el cuerpo de Cristo».
En la misma convicción estaba San Jerónimo cuando decía: «Yo considero el Evangelio como el Cuerpo de Jesús. Cuando él dice «quien come mi Carne y bebe mi Sangre», ésas son palabras que pueden entenderse de la Eucaristía, pero también, ciertamente, son las Escrituras verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo”.
Lecturas en el ambón: El Vaticano II afirma que «la Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la Sagrada Liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el Pan de vida que ofrece la Mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo». Al Libro Sagrado se le tributa en el ambón, como al símbolo de la presencia de Cristo Maestro, los mismos signos de veneración que se atribuyen al Cuerpo de Cristo en el Altar. Así, en las celebraciones solemnes, si el Altar se besa, se inciensa y se adorna con luces, en honor de Cristo, Pan de vida, también el leccionario en el ambón se besa, se inciensa y se rodea de luces, honrando a Cristo, Palabra de vida.
La Iglesia confiesa así con expresivos signos que ahí está Cristo, y que es Él mismo quien, a través del Sacerdote o de los lectores, «nos habla desde el cielo».
Actitud frente a la Liturgia de la Palabra
Teniendo en cuenta esta realidad, debemos asumir dos actitudes en este momento de la Liturgia de la Palabra: En primer lugar es necesario una actitud de apertura, de humilde escucha durante toda esta parte de la Misa y vencer la tentación de prestar atención exclusiva a la homilía, (“a ver si cuenta algo interesante este padre”, “a ver si es mejor que el otro”), porque Dios habla a través de todas las lecturas y se vale de ellas para dejar en el alma el mensaje que Él desea. Si nos distraemos, si no prestamos atención a lo que Dios nos dice, a la Palabra que puede mover o cambiar el alma, pasarán las lecturas y saldremos de Misa y no recordaremos ni cuáles fueron las lecturas. Hace falta atención, hace falta esa actitud de escucha, hace falta esa apertura de nuestra alma para ver qué es lo que Dios nos quiere decir.Y en segundo lugar: obrar, llevar a la práctica lo que Dios inspira. Eso que Dios dice tiene un motivo y una finalidad. Cuántas veces estamos confundidos y, de repente, un Evangelio nos vuelve a la luz, nos hace entender lo que está pasando. Otras veces Dios puede estar invitándonos a fortalecer una virtud para prepararnos para algo que pedirá después. El conoce como nadie nuestra vida y sólo Él puede hablarnos de lo que necesitamos.No nos quedemos en la superficialidad de “qué bien habló el padre, qué buenas reflexiones nos hizo, qué Evangelio más bonito”, sino estemos atentos para descubrir qué quiso Dios inspirarnos para, sabiéndolo, ponerlo en práctica. Dios nos está dando la indicación, Dios nos está dando una sugerencia. Su amor, que quiere lo mejor para nosotros, nos está inspirando lo que debemos hacer.
Es conveniente salir de la Liturgia de la Palabra con un compromiso: obedecer, poner en práctica lo que Dios ha indicado.

El Credo: El Credo es la respuesta más plena que el pueblo cristiano puede dar a la Palabra Divina que ha recibido. Al mismo tiempo que profesión de fe, el Credo es una grandiosa oración, y así ha venido usándose en la piedad tradicional cristiana. Comienza confesando al Dios único, Padre creador; se extiende en la confesión de Jesucristo, su único Hijo, nuestro Salvador; declara, en fin, la fe en el Espíritu Santo, Señor y vivificador; y termina afirmando la fe en la Iglesia y la resurrección. Es un diálogo lleno de amor entre Dios y nosotros, su pueblo. Él nos habla en las Escrituras y nosotros respondemos por la Fe, profesando que creemos en Él y manifestando, trayendo a nuestra mente y a nuestro corazón todas las verdades reveladas por Él, a las cuales nos adherimos. Necesariamente tenemos que poner un empeño especial para mantener nuestra mente y nuestro corazón centrados en esta oración, para que verdaderamente sea un dialogo con el Señor, una verdadera expresión de fe. Estábamos sentados escuchando la Homilía, sentados recibiendo las enseñanzas de Jesús a través de su Pastor, atentos a su voz que ilumina nuestra existencia. Y nos ponemos de pie para decirle al Señor que creemos en Él, que creemos en su Palabra, que creemos en las enseñanzas de la Iglesia, que creemos en su Verdad revelada. El credo es la oración de la Iglesia que ama a su Dios, que le demuestra su adhesión, su fe viva y que, al rezarlo expresa su deseo también de extender este Reino y de dar la vida si es necesario para defender esta verdad. No es solo rezar el credo mecánicamente, pensando en que falta poco para que termine la Misa, sino con un convencimiento que brote de un corazón enamorado y lleno de gratitud por conocer la Verdad de Dios. Rezar el credo es una oportunidad más de crecer en la Fe.

La Oración Universal u Oración de los Fieles: La liturgia de la Palabra termina con la Oración de los Fieles, también llamada Oración Universal, que el Sacerdote preside. Ya San Pablo ordena que se hagan oraciones por todos los hombres, y concretamente por los que gobiernan, pues «Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad» (1Tim 2,1-4). Y San Justino, describe en la Eucaristía «plegarias comunes que con fervor hacemos por nosotros, por nuestros hermanos, y por todos los demás que se encuentran en cualquier lugar»
De este modo, «en la Oración Universal u Oración de los Fieles, el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres. Conviene que en esta oración se eleven súplicas por la Santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren algunas necesidades y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo» Al hacer la Oración de los Fieles, debemos ser muy conscientes de que la Eucaristía se ofrece por los cristianos «y por todos los hombres, para el perdón de los pecados».
La Iglesia, por su enseñanza y acción, y muy especialmente por la Oración Universal y el Sacrificio Eucarístico, sostiene continuamente al mundo, procurándole por Cristo incontables bienes materiales y espirituales, e impidiendo su total ruina. Pero a veces somos hombres de poca fe, y no pedimos. «No tenéis porque no pedís» (Sant 4,2). Es indudable que, por ejemplo, los humildes feligreses de Misa diaria contribuyen mucho más poderosamente al bien del mundo que todo el conjunto de políticos que llenan las páginas de los periódicos y las pantallas de la televisión. Aquellos humildes creyentes son los que más influencia tienen en la marcha del mundo. Basta un poquito de fe para creerlo así.
Si tomáramos conciencia de esto nuestras Iglesias estarían repletas en cada Misa, y no solo en las Misas dominicales, sino en la semana. Si nos sintiéramos responsables verdaderamente de la necesidad de salvación que tiene el mundo y de que nosotros con esta tremenda oración, que es Cristo mismo que se ofrece, podemos hacer mucho mas que asistir a los pobres con un bolsón de mercadería. Si escucháramos la voz de Dios que le dice a nuestra conciencia que participando de una Misa puedo hacer mucho más que yendo a visitar a los políticos para que hagan algo por los que mas necesitan… no faltaríamos, tendríamos el tiempo, disfrutaríamos de un apostolado verdaderamente fecundo. ¿Nunca nos hemos preguntado por qué mi apostolado a veces es tan frío?... Con una Misa se puede convertir a miles, muchos más que con miles predicaciones y ejemplos. Porque en la Misa es Dios.

RITOS INICIALES DE LA SANTA MISA

El rito de la Santa Misa
La Liturgia es la Fuente donde los hombres del Reino nutrimos nuestra vida cristiana y nuestra caridad apostólica. Nuestra comunión de fe con la vida de la Iglesia nos lleva a unirnos a ella en la celebración de los diversos períodos del año litúrgico, en los que se viven los misterios de la Redención.
El Sacrificio Eucarístico es el centro de la vida cristiana y el culmen de la acción por la que Dios santifica al mundo en Cristo. Por lo tanto es también el culmen del culto que los hombres ofrecemos al Padre, a quien adoramos por medio del mismo Cristo, Hijo de Dios. Es el centro del cual parten y hacia el cual convergen todos los esfuerzos apostólicos de la Iglesia.Si es posible, debemos participar diariamente de la Celebración Eucarística, convirtiéndola así en el centro del día. Nuestra participación consciente, fervorosa y activa, encontrará su culmen en la recepción de la Sagrada Comunión con un alma purificada y agradecida.Es importante también que expresemos nuestro sentido de unidad eclesial acudiendo los domingos y días festivos a la Celebración Eucarística en la propia parroquia.

Partes de la misa
La Santa Misa se divide en dos grandes e importantes partes: Liturgia de la Palabra y Liturgia de la Eucaristía. Son dos grandes Banquetes, donde el Señor nos alimenta. Primero con su Palabra y luego con su Cuerpo y Sangre.
La Misa tiene, aparte de estas partes sus ritos iniciales y de despedida. Vamos a ver cada una de sus partes y qué sentido espiritual le damos a cada una.
La Santa Misa comienza con la procesión de entrada, donde todos nos ponemos de pie para recibir al sacerdote y para comenzar a celebrar a Dios.

Canto de entrada: Ya en el siglo V, en Roma, se inicia la Eucaristía con una procesión de entrada, acompañada por un canto. Hoy, como entonces, «el fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido, y elevar sus pensamientos a la contemplación del misterio litúrgico o de la fiesta»

Veneración del Altar: El Altar es, durante la celebración Eucarística, el símbolo principal de Cristo. Del Señor dice la liturgia que es para nosotros «sacerdote, víctima y altar». Y evocando, al mismo tiempo, la última Cena, el Altar es también, como dice San Pablo, «la mesa del Señor». Por eso, ya desde el inicio de la Misa, el Altar es honrado con signos de suma veneración: cuando han llegado al Altar, el Sacerdote hace la debida reverencia, es decir, inclinación profunda... El sacerdote lo venera con un beso. Luego, según la oportunidad, inciensa el Altar rodeándolo completamente.
Nosotros debemos unirnos espiritualmente a éstos y a todos los gestos y acciones que el Sacerdote, como presidente de la comunidad, realiza a lo largo de la Misa. En ningún momento de la Misa debemos quedarnos como espectadores distantes, no comprometidos con lo que el Sacerdote dice o hace. El Sacerdote, «obrando como en persona de Cristo cabeza», encabeza en la Eucaristía las acciones del Cuerpo de Cristo; pero el pueblo congregado en todo momento ha de unirse a las acciones de la cabeza. A todas.

La Trinidad y la Cruz: «En el nombre del Padre, + y del Hijo, y del Espíritu Santo». Con este formidable Nombre Trinitario, infinitamente grandioso, por el que fue creado el mundo, y por el que nosotros nacimos en el Bautismo a la vida divina, se inicia la celebración Eucarística. Los cristianos, en efecto, somos los que «invocamos el nombre del Señor». Y lo hacemos ahora, trazando sobre nosotros el signo de la Cruz, de esa Cruz que va a actualizarse en la Misa. No se puede empezar mejor. Respondemos: «Amén». Y Dios quiera que esta respuesta -y todas las propias de la comunidad eclesial congregada- no sea un murmullo tímido, apenas formulado con la mente ausente, sino una voz firme y clara, que expresa con fuerza un espíritu unánime. Pero veamos el significado de esta palabra.
Amén: La palabra Amén es quizás la aclamación litúrgica principal de la liturgia cristiana. El término Amén procede de la Antiguo Alianza: «Los levitas alzarán la voz, y en voz alta dirán a todos los hombres de Israel... Y todo el pueblo responderá diciendo: Amén» (Dt 27,15-26; +1Crón 16,36; Neh 8,6). Según los diversos contextos, Amén significa, pues: «Así es, ésa es la verdad, así sea». Por ejemplo, las cuatro primeras partes del salterio terminan con esa expresión: «Bendito el Señor, Dios de Israel: Amén, amén» (Sal 40,14; +71,19; 88,53; 105,48).
Pues bien, en la Nueva Alianza sigue resonando el Amén antiguo. Es la aclamación característica de la liturgia celestial (+Ap 3,14; 5,14; 7,11-12; 19,4), y en la tradición cristiana conserva todo su antiquísimo vigor expresivo (+1Cor 14,16; 2Cor 1,20). En efecto, el pueblo cristiano culmina la recitación del Credo o del Gloria con el término Amén, y con él responde también a las oraciones que en la Misa recita el Sacerdote, concretamente a las tres oraciones variables -colecta, ofertorio y postcomunión- y especialmente a la doxología final solemnísima, con la que se concluye la gran Plegaria Eucarística. Y cuando el Sacerdote en la Comunión presenta la Sagrada Hostia, diciendo «El Cuerpo de Cristo», el fiel responde Amén: «Sí, ésa es la verdad, ésa es la fe de la Iglesia».

Saludo: El Señor nos lo aseguró: «Donde dos o tres están congregados en mi Nombre, allí estoy yo presente en medio de ellos» (Mt 18,19). Y esta presencia misteriosa del Resucitado entre los suyos se cumple especialmente en la Asamblea Eucarística. Por eso el saludo inicial del Sacerdote, en sus diversas fórmulas, afirma y expresa esa maravillosa realidad: -«El Señor esté con vosotros» (+Rut 2,4; 2Tes 3,16)... «La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros» (2Cor 13,13)... -«Y con tu espíritu».
La finalidad de estos Ritos Iniciales es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad, y se dispongan a oír como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.

Acto Penitencial: Moisés, antes de acercarse a la zarza ardiente, antes de entrar en la Presencia divina, tiene que descalzarse, porque entra en una tierra sagrada (Ex 3,5). Y nosotros, los cristianos, antes que nada, «para celebrar dignamente estos Sagrados Misterios», debemos solicitar de Dios primero el perdón de nuestras culpas. Necesitamos tener clara conciencia de que, cuando vamos a entrar en la Presencia divina, cuando llevamos la ofrenda ante el Altar (+Mt 5,23-25), debemos examinar previamente nuestra conciencia ante el Señor (1Cor 11,28), y pedir su perdón. «Los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8). -«Yo confieso, ante Dios todopoderoso»... A veces, con malevolencia, se acusa de pecadores a los cristianos piadosos, «a pesar de ir tanto a misa»... Pues bien, los que frecuentamos la Eucaristía tenemos que ser los más convencidos de esa condición de pecadores, que en la Misa precisamente confesamos: «por mi gran culpa». Y por eso justamente, porque nos sabemos pecadores, por eso frecuentamos la Eucaristía, y comenzamos su celebración con la más humilde petición de perdón a Dios, el único que puede quitarnos de la conciencia la mancha horrible de nuestros pecados. Y para recibir ese perdón, pedimos también «a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos», que intercedan por nosotros.
-«Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Esta hermosa fórmula litúrgica, que dice el Sacerdote, tiene un sentido suplicante, de tal manera que, por la mediación suplicante de la Iglesia y por los actos personales de quienes asisten a la Eucaristía, perdona los pecados leves de cada día, guardando así a los fieles de caer en culpas más graves. También, en otros momentos de la Misa -el Gloria, el Padrenuestro, el No soy digno- se suplica también, y se obtiene, el perdón de Dios.
El Catecismo enseña que «la Eucaristía no puede unirnos más a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados» (1393). «Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad
que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (C. Trento). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él» (1394). Así pues, «por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, será más fácil mantenernos unidos a Él y lejos del pecado. La Eucaristía, sin embargo, no esta ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del Sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el Sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia» (1395).
En este sentido, «nadie, consciente de pecado mortal, por arrepentido que se crea, se acerque a la Sagrada Eucaristía, sin que haya precedido la Confesión Sacramental.
Señor, ten piedad: Con frecuencia los Evangelios nos muestran personas que invocan a Cristo, como Señor, solicitando su piedad: así la cananea, «Señor, Hijo de David, ten compasión de mí» (Mt 15,22); los ciegos de Jericó, «Señor, ten compasión de nosotros» (20,30-31) o aquellos diez leprosos (Lc. 17,13).
En este sentido, los Kyrie Eleison (Señor, ten piedad), pidiendo seis veces la piedad de Cristo, en cuanto Señor, son por una parte prolongación del Acto Penitencial precedente; pero por otra, son también proclamación gozosa de Cristo, como Señor del universo, y en este sentido vienen a ser prólogo del Gloria que sigue luego. En efecto, Cristo, por nosotros, se anonadó, obediente hasta la muerte de cruz, y ahora, después de su resurrección, «toda lengua ha de confesar que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,3-11).
Frutos del Acto Penitencial
¿Cuáles son los frutos de este Acto Penitencial? En primer lugar, como hemos mencionado, perdona los pecados veniales. En segundo lugar, nos hace dignos de poder estar ante el Señor, de poder recibir la Comunión. Y como consecuencia de estos dos frutos, y es lo que más tenemos que valorar, nos ayuda a mantenernos en una continua limpieza de nuestra alma. Transforma y regresa nuestra alma a su estado puro del día del Bautismo o de la primera Comunión. El alma que cada día hace con conciencia este Acto Penitencial es un alma totalmente entregada, totalmente encauzada y enfocada a Dios nuestro Señor.Cuentan, en broma, que un señor tenía un coche muy antiguo con gran cantidad de kilómetros recorridos. Quería venderlo pero nadie se lo compraba. Un amigo suyo le sugiere que recorra, marcha atrás, todos los kilómetros hasta que el medidor marque cero y entonces lo podrá vender como nuevo. El señor se animó y siguió todas las instrucciones. Después de algunos meses se encontró nuevamente con su amigo quien le preguntó si pudo vender el coche. Y el señor le contestó: “¿para qué lo voy a vender, si me quedó como nuevo? mejor lo sigo usando yo”. Esto, por supuesto, es una broma pero nos puede ayudar a entender lo que pasa en nuestra alma después de cada Acto Penitencial. Cada día volvemos a ser como nuevos, cada día nuestro corazón vuelve a estar totalmente limpio, totalmente enfocado, totalmente dedicado a Dios nuestro Señor. Por supuesto también, y repetimos, que se trata del perdón de los pecados veniales. Esta limpieza ocurre con los pecados veniales, los pecados mortales necesitan Confesión Sacramental.
No restemos importancia a este Acto, no nos distraigamos, no lo veamos como un simple requisito al inicio de la Misa. Valoremos el fruto, el gran milagro que se obra en esos momentos en el alma, cuando con sinceridad ponemos las faltas en manos de Dios, cuando reconocemos esas actitudes desviadas que Dios no quiere para nosotros. Tengamos la certeza de que Él nos perdona, y de que salimos de la Santa Misa con el alma totalmente limpia de tal manera que mantenemos la integridad del Bautismo, de la primera Comunión. Seguramente habrá malas experiencias, caídas el día anterior, pero el alma vuelve a encontrarse como nueva ante Dios nuestro Señor, digna de poder recibir a Cristo.

Gloria a Dios: El Gloria, la grandiosa doxología Trinitaria, es un himno bellísimo de origen griego, que ya en el siglo IV pasó a Occidente. Constituye, sin duda, una de las composiciones líricas más hermosas de la liturgia cristiana. Es un antiquísimo y venerable himno con que la
Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero, y le presenta sus súplicas... Se canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos de Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas más solmenes. Esta gran oración es rezada o cantada juntamente por el Sacerdote y el pueblo. Su inspiración primera viene dada por el canto de los ángeles sobre el portal de Belén: Gloria a Dios, y paz a los hombres (Lc 2,14). Comienza este himno, claramente Trinitario, por cantar con entusiasmo al Padre, «por tu inmensa gloria», acumulando reiterativamente fórmulas de extrema reverencia y devoción. Sigue cantando a Jesucristo, «Cordero de Dios, Hijo del Padre», de quien suplica tres veces piedad y misericordia. Y concluye invocando al Espíritu Santo, que vive «en la gloria de Dios Padre». ¿Podrá resignarse un cristiano a recitar habitualmente este himno tan grandioso con la mente ausente?...

Oración colecta: Para participar bien en la Misa es fundamental que esté viva la convicción de que es Cristo glorioso el protagonista principal de las oraciones litúrgicas de la Iglesia. El Sacerdote es en la Misa quien pronuncia las oraciones, pero el orante principal, invisible y quizás inadvertido para tantos: « ¡es el Señor!» (Jn. 21,7). En efecto, la oración de la Iglesia en la Eucaristía, lo mismo que en las Horas litúrgicas, es sin duda «la oración de Cristo con su cuerpo al Padre». Dichosos, pues, nosotros, que en la liturgia de la Iglesia podemos orar al Padre encabezados por el mismo Cristo. Así se cumple aquello de San Pablo: «El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; él mismo ora en nosotros con gemidos inefables» (Rm 8,26). De las tres oraciones variables de la Misa -Colecta, Ofertorio, Postcomunión-, la Oración Colecta es la más solemne, y normalmente la más rica de contenido. Y de las tres, es la única que termina con una doxología Trinitaria completa. El Sacerdote la reza con las manos extendidas, el gesto orante tradicional. Y hasta este punto de la Santa Misa estamos todos de pie. En esta oración el Sacerdote resume, colecciona, junta y presenta a Dios, las intenciones privadas de los fieles orantes. Es el momento en el cual todos ponemos nuestras intenciones, presentamos a Dios las necesidades. Y el resumen de todas las intenciones presentadas a Dios es la Oración colecta. Veamos una que puede servir como ejemplo: «Oh Dios, fuente de todo bien (La oración, llena de profundidad y belleza, se inicia invocando al Padre celestial, y evocando normalmente alguno de sus principales Atributos Divinos), escucha sin cesar nuestras súplicas, y concédenos, inspirados por ti, pensar lo que es recto y cumplirlo con tu ayuda (Enseguida, apoyándose en la anterior premisa de alabanza, viene la súplica, en plural, por supuesto) Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos (Y la oración concluye apoyándose en la mediación salvífica de Cristo, el Hijo Salvador, y en el amor del Espíritu Santo). Amén. Ésa suele ser la forma general de todas estas oraciones.
¿Será posible, también, que muchas veces el pueblo conceda su Amén a oraciones tan grandiosas sin haberse enterado apenas de lo dicho por el Sacerdote? Efectivamente. Y no sólo es posible, sino probable, si el Sacerdote pronuncia deprisa y mal, y, sobre todo, si los fieles no están atentos, en silencio, siguiendo la Santa Misa como corresponde. Muchos amén resuenan por la costumbre, pero pocos son los que de corazón afirman que están totalmente de acuerdo con lo que se está diciendo o celebrando. Por eso, en una oración tan importante como esta, donde le presentamos a Dios nuestras súplicas, no podemos estar distraídos, sino atentos para hacer resonar nuestro amén desde lo más profundo de nuestro corazón, en Comunión con Cristo, Sacerdote.
Con la Oración colecta concluimos en la celebración de la Misa con los RITOS INICIALES. Estamos preparados ahora para disfrutar del primer BANQUETE especial que Dios quiere compartir con nosotros, es el Banquete de su Palabra.

AMOR

Queridísimos hermanitos míos:¡Paz y Bien!En primer lugar quiero decirles que los amo mucho en Cristo y María Santísima. Y me gustaría abrir una vez más mi corazón para ustedes, compartiendo un pensamiento de comunidad, que nos ayudará a alimentar nuestro anhelo de vivir como los primeros cristianos.Nos dice el Concilio Vaticano II: "Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con los otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente" (Lumen gentium, 9). Con estas palabras pone de manifiesto la naturaleza profundamente comunitaria de la vida cristiana. Todo creyente, por ser hijo de Dios, está llamado a vivir esta dimensión comunitaria en la Iglesia. Mucho más nosotros, que hemos sido invitados a vivirlo intensamente. Creados a imagen y semejanza de Dios, estamos invitados a vivir el Amor, a semejanza de esa misteriosa pero a la vez maravillosa comunión en el amor que forman el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La radicalidad del Amor es el horizonte que da sentido a nuestra existencia. Y es en este punto donde quiero detenerme, sobre todo, para compartir con ustedes. La radicalidad del amor, la raíz del amor, la base del amor, el amor es nuestro horizonte, es nuestra meta, es nuestro proósito, es nuestro carisma. Es lo que da sentido a nuestra existencia, es como decirnos: "si no amo ¿para qué existo? A la pregunta que los filósofos se hacen: "ser o no ser, esa es la cuestión" podemos decir como comunidad "Amar o no amar, esa verdaderamente es la cuestión", o a la otra que dice "pienso, lugo existo" para nosotros es "existo porque amo" ¿Qué les parece? ya me imagino la respuesta: LOCURA.Si mis hermanos, locura, pero no mía, sino de Dios. De Dios que es amor, que es amante eterno y poderoso, y que comparte con nosotros, seres debiluchos esa capacidad de amar. Nos invita a vivir en el amor y nos deja ejemplos concretos de cómo hacerlo. Mirémoslo.«Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo»Los amó hasta el extremo significa al máximo, hasta el límite de toda medida concebible, hasta el exceso al cual solamente el corazón de Cristo podría llegar. Hasta darse a sí mismo con esa totalidad que el verdadero amor exige, y con la efusión que sólo el amor divino puede concebir y puede actuar. Si bien "extremo" hace referencia a un límite a partir del cual no puede haber medida mayor, la hermosa paradoja del amor de Dios es que su límite es no tener límite, la medida del amor divino es amar sin medida, la de ser un amor infinito que se hace donación y se actualiza en el maravilloso misterio de la Eucaristía. Pensemos ahora justamente en el misterioso acontecimiento con el cual se concluyó aquella cena pascual. Así lo describe San Pablo: «Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: "Éste es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío". Asimismo también la copa después de cenar diciendo: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío"» Aquel sacrificio cruento que Cristo iba a ofrecer por la humanidad en su inminente sacrificio en la cruz se actualiza en el Sacrificio Eucarístico de forma incruenta. Imposible comprender semejante evento si no es desde la lógica del amor que no quiere conocer límites, que quiere grabar en el corazón de cada hombre, de cada mujer, la experiencia de San Pablo: «la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí»Y es que en la comunión eucarística está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. En esta lógica se entiende el gesto elocuente por sí mismo del lavatorio de los pies. Jesús con un acto concreto de servicio explicita esa íntima unión entre Eucaristía y amor concreto hecho servicio: «os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros"¿Se entiende? Si nosotros vivimos una vida intensamente Eucarística viviremos una vida intensamente servicial, apostólica y comunitaria. Jesús, en la Eucaristía nos enseña el AMOR. El amor hecho alimento, el amor hecho servicio, el amor hecho comunión y el amor comunitario. No podemos desprender el amor comunitario del amor Eucarístico. No podemos pretender amar hasta el extremos sin pasar por la vida Eucarística, donde está el real extremo del amor de Dios que podemos comer. Y si nos alimentamos de ese amor extremo ¿Cómo no crecer en vida comunitaria?Dios nos ayude a comprender esto. Les pido disculpas si con mis pocas y escasas palabras intento expresar un misterio tan impresionante, solo le pido al Señor que al leerlo no solo lo entiendan, sino que les arrebate el corazón y los encienda con la llama de su Espíritu, para que con una sola alma y un solo corazón seamos hostias vivas agradables a Él.Bendiciones abundantes. Un fuerte abrazo en Cristo y María.Hna. Ivana

SANTIDAD

Hermanitos amadísimos: ¡Paz y Bien!Doy gracias a Dios por este inmenso regalo que es la vida de cada uno de ustedes, y por la gracia mayor que es esa vida que comparten conmigo. También le agradezco al Señor todo el amor que me regala a través de ustedes. Me siento muy amada y mimada por Dios con todos ustedes, por ustedes y a través de cada uno de sus gestos para conmigo.Orando el Señor me habló con su característica dulzura, y su Palabra enamora mi corazón cada vez más. Pero un versículo me impresionó grande y gratamente, me hizo descubrir una vez más lo sencillo que es ser santos.En el Libro del Eclesiastés, capítulo 5, hay un versículo precioso: "Porque en los muchos sueños abundan las ilusiones y el palabrerío. Tú, simplemente, teme a Dios" (es el versículo 6).allí vemos con claridad que ser santos nos es cosa imposible, ni difícil, ni complicada. Es simplemente ejercer un don del Espíritu Santo que todos los confirmados tenemos, que es el Santo Temor de Dios. Que, por cierto, lejos está de tenerle miedo a Dios. ¿Cómo tenerle miedo a un ser tan amoroso y solícito para con nosotros?Temer a Dios es una característica propia de los santos y de los que caminan por esta senda, es Respetarlo, ponerlo en el lugar que le corresponde, recordar cada día, como dice su Palabra, que él es Dios. Obedecer sus mandamientos, ser dóciles a sus enseñanzas, amar a su Iglesia, vivir en comunión con Él y con los hermanos. Temer a Dios es dejar que Dios sea Dios y tomar posesión de nuestro ser criatura, es dejar de decirle a Dios lo que tiene que hacer y hacer lo que Dios me dice a mi que haga. Temer a Dios es alabarlo, adorarlo, bendecir su Nombre. Temer a Dios es darle gracias. En fin, Temer a Dios es vivir el primer mandamiento: Amarlo sobre todas las cosas...Y eso es la santidad. Dios que es Dios, y Dios que es Dios en mi.¿Nos animamos? creo que no es una empresa tan difícil. Es cuestión de decisión. Acompáñenme, yo los acompaño a ustedes. Lleguemos juntos a las cumbres más alta de la santidad, para gloria de Dios, para el bien de su Iglesia, para la salud de nuestras almas. Emprendamos este camino, o sigámoslo... sin dudas ya lo hemos emprendido. Corramos... Dios nos ayuda con la fuerza y el poder de su Espíritu. Hagámoslo, hermanitos, seamos santos!!!!!!!!!!!!!!!!Los amo con el amor de Cristo, y ojalá Dios me permita demostrárselos hasta el Extremo, así como Él lo hizo por mi y por ustedes.Hna. Ivana

La Gracia de la GRACIA

Hermanos, Dios es bueno!!! Y esa bondad de Dios nos llena de GRacia, porque nos regala su vida. Sigamos contemplando esta Verdad indiscutible de Fe, y sigamos pidiendo al Señor que nos santifique para gloria suya.

La gracia santificante nos hace templos de la Trinidad. Dijo Jesús: "Si alguien me ama, mi Padre le amará y vendremos a él, y estableceremos dentro de él nuestra morada". El alma en estado de Gracia es comparable a un Pesebre, a un Copón, a un Templo y a un Cielo vivo. La presencia de Dios en nosotros debe originar una intimidad real. La intimidad consiste en hablarle con familiaridad. Esta intimidad es fácil, es un deber de cortesía, disminuye las tentaciones, consuela y conduce a la oración. Si realmente tomáramos concientes de que somos habitados por Dios, que ese ser tan extraordinario y tan extraordinariamente grande, eterno, infinito mora en nosotros, seguramente viviríamos distinto. Todo en nosotros sería una verdadera fiesta. Es como hemos escuchado muuuuchas veces "llevamos una fiesta adentro"... debe notarse por fuera!!!! Lamento mucho no tener palabras justas y necesarias para expresar la grandeza de la Gracia, pero sé y confío en que el Espíritu Santo nos asistirá a todos para que comprendamos y admiremos esta verdad. Y para que la vivamos como una fiesta, la fiesta de cielo. Ese cielo que imaginamos, que deseamos y que trabajamos para alcanzarlo después de muertos, ¡oh! lo llevamos dentro!! Para que buscarlo? y no vivirlo. Aleluya.

La gracia santificante nos hace templos del Espíritu Santo San Pablo nos dice: ¿No saben que el que son el templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes? Dicha habitación es obra de amor. Y como les dije en otra oportunidad, si el Espíritu Santo puede obrar el milagro de la Eucaristía ¿Qué no hará en nosotros? Está en nosotros, pidámosle, usémoslo, santifiquémonos con su acción. Es Dios, es poderoso, es eterno, infinito, grande... nada tiene que ver con una paloma, jajaja.

Aprovecho para agradecerles su vida en Gracia, para animarlos a defenderla, si es necesario, hasta con la vida. Antes muertos que pecar gravemente. Les repito que ¡LOS AMO EN CRISTO JESÚS! Los exhorto a ser santos para su gloria, y a ser felices. Que nuestro testimonio de felicidad se asemeje a la primera comunidad cristiana, para eso vivimos, de lo contrario ¿es vida?
Un abrazo super fuerte. Saben que cuentan conmigo y yo... cuento con ustedes, su amor, su corrección y bueno... su santidad. Les pido perdón por no ser santa y oren por mi. Besos miles y ruidosos.
Hna. Ivana

La Gracia de la GRACIA

Hola Hermanitos:¡Feliz y Santo día!Los amo con el amor de Cristo. Y sigo invitándolos a la santidad. Ojalá glorifiquemos a Dios con nuestra santidad, que en realidad no es nuestra... ES DE ÉL. ¿Les parece bien que sigamos contemplando la grandiosa verdad de la Gracia Santificante? La gracia santificante nos hace amigos de Cristo. Jesús nos dice "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando... Ya no os llamaré siervos, antes bien os he llamado amigos. y también dijo: No hay mayor prueba de amor que dar su vida por los amigos. Y por eso murió El por nosotros. Ahora bien, si la Gracia de Dios es su presencia viva en nosotros, es sin dudas su amor vivo también, su amor vivo en nosotros. Su amor que nos capacita para dar la vida. Y en primer lugar tendríamos que estar preparados a dar la vida antes de perder la vida del alma, y perder la vida del alma es perder la gracia Santificante. Y dar la vida por Cristo es una inclinación propia de la Vida de Dios en el corazón del ser humano, donde ya no somos más siervos, sino amigos. Y somos amigos porque hacemos su voluntad. Para hacer y conocer la voluntad de Dios nos sirve, ayuda y necesitamos la Gracia Santificante. Quien no está en estado de Gracia es porque no ha hecho la voluntad de Dios expresada en los mandamientos (por ejemplo), y se ha alejado, ha cortado toda relación con Dios por el pecado, ha dejado de ser amigo, ha rechazado la Gracia y la ha perdido. A mi, particularmente, me encanta hacer juegos de palabras, espero que me entiendan. Siempre me ha gustado decir que para vivir en Gracia necesitamos de la Gracia. y Necesitamos de la Gracia para vivir en Gracia. Je. Redondito, no hay otra, hermanos. La gracia santificante nos hace miembros vivos de Cristo La gracia santificante nos incorpora a Cristo. Unidos con Cristo por la gracia santificante nos hacemos uno con El: Un sólo cuerpo místico. La cabeza es Cristo, los miembros somos nosotros; miembros vivos, si estamos en gracia; miembros muertos si estamos en pecado mortal. La salvación consiste en estar unidos a Cristo, en entrar en la unidad de su cuerpo. Consecuencias de ser miembros de Cristo: Estamos en El, vivimos en Cristo. Todo lo que ha realizado Cristo lo llevamos a cabo con El y en El. El está en nosotros. Cristo vive en nosotros. Todo lo que hacemos lo realiza Cristo con y en nosotros. "No soy yo el que vivo; Cristo es quien vive en mí" (Gal 2, 20). Somos los miembros de Cristo; luego existe la Comunión de los Santos. Así como todos los miembros de un mismo cuerpo están unidos con su cabeza única, igualmente lo están los miembros de Cristo: los justos en este mundo, las ánimas del purgatorio, los bienaventurados del cielo. Somos miembros de Cristo no solamente por el alma sino también por el cuerpo. Y bueno, sería otro temazo a tratar el de la COMUNIÓN DE LOS SANTOS. Pero si tomamos conciencia de que somos miembros de Cristo ¡DIOS SANTÍSIMO! ¡QUÉ DIGNIDAD! y todo por la Gracia. Cómo no vamos a ser miembros de CRisto si estamos llenos de Él por la GRacia. Es una consecuencia lógica. Bueno, no lo quiero hacer tan largo, creo que por hoy será una buena motivación para seguir corriendo hacia la santidad. Dios los siga colmado con su Gracia. Recuerden que la Eucaristía, sobre todos los sacramentos, aumenta enormemente la Gracia en nosotros. COMAMOS GRACIA, jeje.Un abrazote en Gracia!!!! Bendiciones mil y todo mi amor.Hna. Ivana

La Gracia de la GRACIA

Hermanos míos:
En esta loca decisión de amor, que es la santidad, hacia la cual nos dirigimos; tenemos y necesitamos encontrar motivaciones que nos alienten para seguir este camino. Por eso, hoy, quiero compartir con todos ustedes esta realidad, esta verdad de Fe con la cual cada uno de nosotros cuenta. Recuerden, por favor, que los quiero mucho, mucho, mucho. Y que pueden contar conmigo para lo que necesiten.
¿Saben Uds. Que Dios vive en nuestro interior? ¿Saben que Dios vive en tu corazón? Seguramente la respuesta será “SÍ”. SÍ, LO SABEMOS. SÍ, lo sé. Todos, muchos, los cristianos sabemos teóricamente que Dios vive en nosotros, que tenemos la vida de Dios en nuestra alma. Pero pocos la valoramos, pocos le prestamos atención, pocos nos detenemos a pensar, reflexionar y contemplar la grandeza de la vida de Dios en nuestro interior.
Dios es la vida del alma. Dios es la Gracia Santificante actuando en nosotros. La vida de Dios en un vaso de barro, nosotros. ¿Cómo darnos cuenta? ¿Cómo valorar esta Gracia? ¿Cómo no cuidarla? Otra duda que no me queda es que poco se cuida o se valora lo que no se conoce. A veces no es que no se conozca, sino que no se le da la importancia que merece. Todos conocemos el tema de la GRACIA SANTIFICANTE. Pero ¿Qué es la Gracia Santificante?
La gracia es la participación en la vida de Dios; nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria. Con esto, simplemente con esto, podemos hacernos santos. Teniendo en nuestro pensamiento continuamente presente que por la Gracia estamos y somos introducidos a la vida Trinitaria ¡Dios Santísimo! Nosotros, simples criaturas compartiendo la vida de Dios. Animados por la misma vida de Dios.
La Gracia Santificante es el Don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla, haciéndonos hijos de Dios. La Gracia Santificante hace el alma sea capaz de conocer a Dios como El se conoce, de amarle como el se ama, de vivir su vida divina. La vida sobrenatural no tiene fin. La vida sobrenatural es la más perfecta, la única que importa. La vida sobrenatural comienza con el Bautismo. La vida sobrenatural está al alcance de todos. La Gracia Santificante purifica el alma, borra los pecados mortales y la pena eterna. La Gracia Santificante renueva el alma La belleza del alma en estado de Gracia participa de la infinita hermosura de Dios. La gracia santificante nos hace hijos de Dios. Dios tiene un sólo Hijo por naturaleza. Dios nos hace partícipes de su naturaleza y de su vida propia. Hijos de Dios, ¡qué dignidad! Pensemos con frecuencia que Dios, nuestro Padre, nos ama. Debemos abandonarnos a Dios.
Pensar en que la Gracia Santificante produce en nosotros tanta santidad, debe ayudarnos, motivarnos, alentarnos para ser santos. Es uno de los motivos más importantes para el camino de santidad, vivir en Gracia. Vivir con Dios en el interior, vivir en comunión con Él, preservar la amistad.
¿Cómo rechazar a Dios por el pecado? ¿Cómo elegir distinto de Dios? ¡¡¡Teniendo a Dios mismo en nosotros!!!!
Ojalá que este brevísimo pensamiento sobre la Gracia Santificante comience a animarnos en este camino emprendido hacia las cumbres de la santidad. El camino deja de ser empinado si pensamos que Dios está con nosotros, y no solo desde afuera, sino desde muy adentro. (Continuará…)Hna. Ivana

¡Qué grandeza!

Características de la participación en la Eucaristía
Cuando celebramos la Eucaristía debemos prepararnos adecuadamente para poder participar con las debidas características y disposiciones. Estas deben ser:
Externas: para el Sacerdote consistirán en el perfecto cumplimiento de las rúbricas y ceremonias que la Iglesia señala. Para los fieles respeto, modestia y atención para participar activamente.
Internas: Identificarse con Cristo. Ofrecerle al Padre y ofrecerse a sí mismo en Él, con Él y por Él.
Profunda: entrega total.
Vital - Existencial: no de palabras solamente, sino de todos y cada uno de mis actos de mi vida.
Confianza ilimitada: tener confianza en la Bondad y Misericordia de Dios.
Hambre y sed de comulgar: Esta es la que más afecta a la eficacia santificadora de la Gracia; ensancha nuestra capacidad del alma y la dispone a recibir la Gracia Sacramental en proporciones enormes. La cantidad de agua que se saca de la fuente depende del tamaño de la vasija.

Frutos de la Eucaristía
Al recibir la Eucaristía, nos adherimos íntimamente a Cristo Jesús, quien nos transmite su gracia.
La comunión nos separa del pecado, es este el gran misterio de la redención, pues su Cuerpo y su Sangre son derramados por el perdón de los pecados.
La Eucaristía fortalece la caridad, que en la vida cotidiana tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales.
La Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales; cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper nuestro vínculo de amor con Él.
La Eucaristía es el Sacramento de la unidad, pues quienes reciben el Cuerpo de Cristo se unen entre sí en un solo Cuerpo: La Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo.
La Eucaristía nos compromete en favor de los pobres; recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo que, son la Caridad misma, nos hace caritativos.






¿Porqué ir a Misa?
La Misa es el acto más grande, más sublime y más santo, que se celebra todos los días en la tierra. Nada hay más sublime en el mundo que Jesucristo, y nada más sublime en Jesucristo que su Santo Sacrificio en la Cruz, actualizado en cada Misa, puesto que la Santa Misa es la renovación del Sacrificio de la Cruz. Misa, Cena y Cruz son un mismo sacrificio.
Con razón decía San Bernardo: "Más merece el que devotamente oye una Misa en gracia de Dios, que si diera todos sus bienes para sustento de los pobres".
"Oír una Misa en vida o dar una limosna para que se celebre, aprovecha más que dejarla para después de la muerte." (San Anselmo)
"Más aprovecha para la remisión de la culpa y de la pena, es decir, para la remisión de los pecados, oír una Misa que todas las oraciones del mundo" (Eugenio III Papa)
Con la Misa se tributa a Dios más honor, que el que pueden tributarle todos los Ángeles y Santos del cielo. Puesto que el de éstos, es un honor de criaturas, más en la Misa se le ofrece su mismo Hijo Jesucristo, que le tributa un Honor Infinito. (San Alfonso Mª Ligorio).
Con la asistencia a la Misa, rindes el mayor homenaje a la Humanidad Santísima de Nuestro Señor Jesucristo. Durante la Misa te arrodillas en medio de una multitud de Ángeles que asisten invisiblemente al Santo Sacrificio con suma reverencia.
A la hora de tu muerte, tu mayor consolación serán las Misas que hayas oído durante tu vida. Cada Misa que oíste, te acompañará al Tribunal Divino, y abogará para que alcances el Perdón. Con cada Misa, puedes disminuir el castigo temporal que debes por tus pecados, en proporción con el Fervor con que la oigas. Con cada Misa aumentas tus grados de gloria en el Cielo. En ella recibes la bendición del Sacerdote, que Dios ratifica en el Cielo.
Santa Teresa suplicaba un día al Señor, le indicara cómo podría pagarle todas las mercedes que le había dispensado y le contestó "oyendo una Misa".
"Todas las buenas obras del mundo reunidas, no equivalen al Santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras que la Misa es obra de Dios. En la Misa, es el mismo Jesucristo Dios y Hombre Verdadero el que se ofrece al Padre para remisión de los pecados de todos los hombres y al mismo tiempo le rinde un Honor Infinito". (El Santo Cura de Ars)
El calvario fue el primer Altar, el Altar verdadero, después todo el Altar se convierte en Calvario.
No hay en el mundo lengua con que poder expresar la grandeza y el valor de la Santa Misa. Si la verdad es que Cristo se ofrece al Padre Eterno todos los días en la Santa Misa por la salvación de los hombres, por la salvación de todo el mundo ¿vamos a dejarlo sólo?
Busquemos la media hora diaria para unirnos a Jesús en la Santa Misa, para adorar al Padre y darle el honor que se merece, para darle gracias por tantos favores recibidos, para pedir perdón por tantos pecados y darle plena satisfacción por ellos e implorar gracia y misericordia para todos los hombres del mundo, en fin, para agrandar el Cielo y hacer más Gloriosa la Pasión de Cristo.
A vos, que tanto te gusta hacer el bien, ¿vas a dejar pasar diariamente la ocasión de unirte a la obra más grande que se realiza en la Tierra por el mismo Cristo? Lee, piensa y medita muchas veces esta INVITACIÓN del Señor; y ten presente, siempre que..."AMOR CON AMOR SE PAGA". Que Dios te bendiga y premie tu generosidad
¿Que pierdo si no comulgo?
Si dejas una vez de recibir la Santa comunión, considera lo que pierdes:
1) Pierdes una ocasión de ver personalmente y de recibir a Jesús, autor de la vida espiritual y de toda santidad.
2) Pierdes un aumento especial de Gracia Santificante, que embellece tu alma y la hace mas grata a los ojos de Dios.
3) Pierdes la Gracia Sacramental, que te ayudará para vencer las tentaciones.
4) Pierdes la preciosa oportunidad de recibir el perdón de tus pecados veniales.
5) Pierdes la ocasión de recibir la remisión parcial de las penas temporales de tus pecados.
7) Pierdes los gozos espirituales que cada comunión suele producir.
8) Pierdes un aumento de gloria por toda la eternidad.
9) Y quizás pierdas:
a) el control sobre tus pasiones, por debilidad, por falta del alimento que restaura tus fuerzas.
b) una gracia especial que por mucho tiempo vienes pidiendo. No porque Dios no la quiera dar como castigo a tu falta de comunión, sino por debilidad en tu confianza y falta de perseverancia en la oración.
c) la conversión ó salvación de algún alma.
d) la salvación de algún alma de un pariente en el purgatorio…
¡De qué gracias te privas si omites una sola Comunión!

Cristo Vivo en el Santísimo Sacramento

Cristo vivo presente en la Eucaristía

Presencia Real de Jesucristo
Para entender bien el sentido de la celebración Eucarística es necesario tener en cuenta la presencia de Cristo y Su acción en la misma.
Al pronunciar el Sacerdote las palabras de la Consagración, Cristo se hace presente. El pan ya no es Pan sino Cristo y el vino ya no es vino sino Cristo. Es decir, vivo, real y substancialmente. Aunque nuestros ojos sigan viendo pan y vino, ya no lo son. La substancia ha cambiado, aunque la materia siga siendo la misma. Aunque la apariencia siga siendo la misma. Aunque el pan tenga gusto a pan y el vino tenga gusto a vino, ya no lo son. Ocurre el gran cambio llamado TRANSUBSTANCIACIÓN. Es Jesús, En Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, por lo tanto, donde está su Cuerpo, está su Sangre, su Alma y su Divinidad. Él está presente en todas las Hostias Consagradas del mundo y aún en la partícula más pequeña que podamos encontrar. Así, Cristo se encuentra en todas las Hostias reservadas en los Sagrarios.
Esta presencia real de Cristo, es uno de los dogmas más importantes de nuestra fe. (Cfr. Catec. n. 1373 –1381). Como todo dogma, la razón no los puede entender o los entiende a su medida, es necesario reflexionar y estudiar. Pero también, como todo dogma, debemos creer en Él y proclamar esta verdad indiscutible.
Han existido muchas herejías sobre esta presencia real de Cristo, bajo las especies de pan y vino. Entre ellas encontramos: los gnósticos, los maniqueos, que decían que Cristo sólo tuvo un cuerpo aparente, por lo tanto, no había presencia real. Es de suponer que si Cristo tenía un cuerpo aparente, no real, ¿Cómo puede hacerse presente realmente en una Hostia Consagrada? Pero como nosotros creemos que Cristo y toda su Persona Humana es Real, creemos sin dudar en su presencia Eucarística.

Entre los protestantes, algunos la niegan y otros la aceptan, pero con errores. Unos niegan la presencia real, otros dicen que la Eucaristía, solamente, es un “figura” de Cristo. Calvino decía que “Cristo está en la Eucaristía porque actúa por medio de ella, pero que su presencia no es substancial”. Para entenderlo un poquito mejor, es como decir que la Eucaristía es un sacramental y no un Sacramento. Es como si fuera una medallita o un escapulario, donde Dios actúa a través de ellos con su bendición pero no es Dios mismo presente en ellos. Bien sabemos que la Eucaristía es un Sacramento y que Dios vive en ella, no simplemente actúa a través de ella. Jesús es la Eucaristía y la Eucaristía es Jesús. La substancia de la Eucaristía es Cristo, su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Los protestantes liberales, mencionan que Cristo está presente por la fe, son los creyentes quienes ponen a Cristo en la Eucaristía. Bien sabemos que no ponemos a Cristo por la Fe sino que por la Fe creemos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía. Creemos que Él está vivo. Creemos que al ser consagrados el pan y el vino cambia la substancia, se transforma en Cristo vivo.
Lutero, equivocadamente, lo explicaba así: “En la Eucaristía están al mismo tiempo el pan y el vino y el cuerpo y la sangre de Cristo". Pero, la presencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía, fue revelada por Él mismo en Cafarnaúm. No hay otro dogma más manifestado y explicado claramente que este en la Biblia. Sabemos que lo que prometió en Cafarnaúm, lo realizó en la Última Cena, el Jueves Santo, basta con leer los relatos de los evangelistas. (Lc. 22, 19 –20; Mc. 14, 22-24).
El mandato de Cristo de: “Hacer esto en memoria mía” fue tan contundente, que desde los inicios, los primeros cristianos se reunían para celebrar “la fracción del pan”. Y, pasó a ser parte, junto con el Bautismo, del rito propio de los cristianos. Ellos nunca dudaron de la presencia real de Cristo en el pan consagrado.
La Transubstanciación
Hemos dicho que la presencia de Cristo es real y substancial, esto es una verdad de Fe. Verdad que tratamos de explicar, pero que se acepta por la Fe. Sin embargo, trataremos de dar una explicación de lo que sucede. La Iglesia nos dice que “por el sacramento de la Eucaristía se produce una singular y maravillosa conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpode Cristo, y de toda la substancia del vino en la Sangre; conversión que la Iglesia llama transubstanciación” (Cfr. Catec. n. 1376).
El dogma de la Transubstanciación significa el cambio que sucede al pronunciar las palabras de la Consagración en la Misa, por las cuales el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quedando sólo la apariencia de pan y vino. Hay cambio de substancia, pero no de accidentes ni materia (pan y vino). La presencia real de Cristo no la podemos ver a simple vista, sólo vemos el pan y el vino. Esto es posible, únicamente, por una intervención especialísima de Dios que obra este milagro tan grande. Y con la ayuda de Él que nos regala la Fe, creemos en su presencia en la Eucaristía, aunque nuestros ojos carnales vean pan y vino y nuestra lengua guste pan y vino. Creemos que recibimos, comemos, nos alimentamos de Cristo en cada Comunión.

La Eucaristía como sacrificio
La Eucaristía es sacramento porque Cristo se nos da como alimento para el alma, y es sacrificio porque se ofrece a Dios en oblación.
En el Sacramento la santificación del hombre es el fin, pues se le da como alimento y en el Sacrificio el fin es darle gloria a Dios, es a Él a quien va dirigido. Así mismo, la Eucaristía es sacrificio de la Iglesia – Cuerpo Místico de Cristo – que se une a Él y se ofrece a Dios.Desde el principio de la creación, el sacrificio es el principal acto de culto de las diferentes religiones, siempre se le han rendido a Dios homenajes. El sacrificio es un ofrecimiento a Dios, donde existe una cosa sensible que se inmola o se destruye (víctima), llevándolo a cabo un ministro legítimo, en reconocimiento del poder de Dios sobre todo lo creado.
El sacrificio de la Misa
La Misa es el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito. En él se cumplen todas las características del Sacrificio. El sacerdote, y la víctima son el mismo Cristo, quien se inmola con el fin de darle gloria de Dios. No es una representación, sino una renovación, del sacrificio de la cruz. En cada una se repite el sacrificio de la cruz, la única diferencia es que se realiza de forma incruenta, sin derramamiento de sangre. La Misa es el perfecto Sacrificio porque la víctima es perfecta.
La esencia misma de la Misa como sacrificio es la doble consagración del pan y del vino. La Santa Misa tiene dos elementos: Cristo ofrece su vida para rescatarnos del pecado, pues con su muerte espía nuestros pecados y es Cristo mismo quién se ofrece al Padre y une a su sacrificio al nuestro.
Por la Misa podemos ofrecer un sacrificio digno de Dios, además sí ofrecemos nuestros propios sacrificios por pequeños que sean al sacrificio de Cristo, estos adquieren el valor de Redención al ser incorporados al propio sacrificio de Cristo.
Cristo está presente en el Sacerdote, quién representa a Cristo como mediador universal en la Acción Sacramental. Está presente en los fieles, que se unen y participan con el Sacerdote y con Cristo en la Eucaristía. Nosotros nos unimos a su Sacrificio y lo ofrecemos con Él. Así mismo, Cristo está presente en la palabra de Dios. Él es la Palabra del Padre que nos revela los Misterios Divinos y el sentido de la Liturgia. En la Misa, por medio de la Comunión, nos unimos física y espiritualmente, formando un sólo Cuerpo. La Comunión es el gran don de Cristo que anticipa la vida eterna.
Fines y efectos de la Eucaristía como Sacrificio
La Santa Misa, como Sacrificio redentor de la cruz, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos:
Adoración: El sacrificio de la Misa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de Él. Con una Misa le damos a Dios todo el honor que se le debe. Glorificación al Padre: con Cristo, en Cristo y por Cristo. Este es el fin latréutico.
Reparación: fin propiciatorio, reparación por los pecados.
Petición: fin impetratorio. Pedir gracias y favores, pues la Misa tiene la eficacia infinita de la oración del mismo Cristo.
Nada puede hacerse más eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el Santo Sacrificio de la Misa, rogando al mismo tiempo al Señor que quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa gracia.
A través de la Santa Misa recibe Dios, de modo infinito y sobreabundante, méritos indulgentes de los pecados de vivos y difuntos.