sábado, 6 de septiembre de 2008

Cristo Vivo en el Santísimo Sacramento

Cristo vivo presente en la Eucaristía

Presencia Real de Jesucristo
Para entender bien el sentido de la celebración Eucarística es necesario tener en cuenta la presencia de Cristo y Su acción en la misma.
Al pronunciar el Sacerdote las palabras de la Consagración, Cristo se hace presente. El pan ya no es Pan sino Cristo y el vino ya no es vino sino Cristo. Es decir, vivo, real y substancialmente. Aunque nuestros ojos sigan viendo pan y vino, ya no lo son. La substancia ha cambiado, aunque la materia siga siendo la misma. Aunque la apariencia siga siendo la misma. Aunque el pan tenga gusto a pan y el vino tenga gusto a vino, ya no lo son. Ocurre el gran cambio llamado TRANSUBSTANCIACIÓN. Es Jesús, En Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, por lo tanto, donde está su Cuerpo, está su Sangre, su Alma y su Divinidad. Él está presente en todas las Hostias Consagradas del mundo y aún en la partícula más pequeña que podamos encontrar. Así, Cristo se encuentra en todas las Hostias reservadas en los Sagrarios.
Esta presencia real de Cristo, es uno de los dogmas más importantes de nuestra fe. (Cfr. Catec. n. 1373 –1381). Como todo dogma, la razón no los puede entender o los entiende a su medida, es necesario reflexionar y estudiar. Pero también, como todo dogma, debemos creer en Él y proclamar esta verdad indiscutible.
Han existido muchas herejías sobre esta presencia real de Cristo, bajo las especies de pan y vino. Entre ellas encontramos: los gnósticos, los maniqueos, que decían que Cristo sólo tuvo un cuerpo aparente, por lo tanto, no había presencia real. Es de suponer que si Cristo tenía un cuerpo aparente, no real, ¿Cómo puede hacerse presente realmente en una Hostia Consagrada? Pero como nosotros creemos que Cristo y toda su Persona Humana es Real, creemos sin dudar en su presencia Eucarística.

Entre los protestantes, algunos la niegan y otros la aceptan, pero con errores. Unos niegan la presencia real, otros dicen que la Eucaristía, solamente, es un “figura” de Cristo. Calvino decía que “Cristo está en la Eucaristía porque actúa por medio de ella, pero que su presencia no es substancial”. Para entenderlo un poquito mejor, es como decir que la Eucaristía es un sacramental y no un Sacramento. Es como si fuera una medallita o un escapulario, donde Dios actúa a través de ellos con su bendición pero no es Dios mismo presente en ellos. Bien sabemos que la Eucaristía es un Sacramento y que Dios vive en ella, no simplemente actúa a través de ella. Jesús es la Eucaristía y la Eucaristía es Jesús. La substancia de la Eucaristía es Cristo, su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Los protestantes liberales, mencionan que Cristo está presente por la fe, son los creyentes quienes ponen a Cristo en la Eucaristía. Bien sabemos que no ponemos a Cristo por la Fe sino que por la Fe creemos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía. Creemos que Él está vivo. Creemos que al ser consagrados el pan y el vino cambia la substancia, se transforma en Cristo vivo.
Lutero, equivocadamente, lo explicaba así: “En la Eucaristía están al mismo tiempo el pan y el vino y el cuerpo y la sangre de Cristo". Pero, la presencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía, fue revelada por Él mismo en Cafarnaúm. No hay otro dogma más manifestado y explicado claramente que este en la Biblia. Sabemos que lo que prometió en Cafarnaúm, lo realizó en la Última Cena, el Jueves Santo, basta con leer los relatos de los evangelistas. (Lc. 22, 19 –20; Mc. 14, 22-24).
El mandato de Cristo de: “Hacer esto en memoria mía” fue tan contundente, que desde los inicios, los primeros cristianos se reunían para celebrar “la fracción del pan”. Y, pasó a ser parte, junto con el Bautismo, del rito propio de los cristianos. Ellos nunca dudaron de la presencia real de Cristo en el pan consagrado.
La Transubstanciación
Hemos dicho que la presencia de Cristo es real y substancial, esto es una verdad de Fe. Verdad que tratamos de explicar, pero que se acepta por la Fe. Sin embargo, trataremos de dar una explicación de lo que sucede. La Iglesia nos dice que “por el sacramento de la Eucaristía se produce una singular y maravillosa conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpode Cristo, y de toda la substancia del vino en la Sangre; conversión que la Iglesia llama transubstanciación” (Cfr. Catec. n. 1376).
El dogma de la Transubstanciación significa el cambio que sucede al pronunciar las palabras de la Consagración en la Misa, por las cuales el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, quedando sólo la apariencia de pan y vino. Hay cambio de substancia, pero no de accidentes ni materia (pan y vino). La presencia real de Cristo no la podemos ver a simple vista, sólo vemos el pan y el vino. Esto es posible, únicamente, por una intervención especialísima de Dios que obra este milagro tan grande. Y con la ayuda de Él que nos regala la Fe, creemos en su presencia en la Eucaristía, aunque nuestros ojos carnales vean pan y vino y nuestra lengua guste pan y vino. Creemos que recibimos, comemos, nos alimentamos de Cristo en cada Comunión.

La Eucaristía como sacrificio
La Eucaristía es sacramento porque Cristo se nos da como alimento para el alma, y es sacrificio porque se ofrece a Dios en oblación.
En el Sacramento la santificación del hombre es el fin, pues se le da como alimento y en el Sacrificio el fin es darle gloria a Dios, es a Él a quien va dirigido. Así mismo, la Eucaristía es sacrificio de la Iglesia – Cuerpo Místico de Cristo – que se une a Él y se ofrece a Dios.Desde el principio de la creación, el sacrificio es el principal acto de culto de las diferentes religiones, siempre se le han rendido a Dios homenajes. El sacrificio es un ofrecimiento a Dios, donde existe una cosa sensible que se inmola o se destruye (víctima), llevándolo a cabo un ministro legítimo, en reconocimiento del poder de Dios sobre todo lo creado.
El sacrificio de la Misa
La Misa es el mismo sacrificio de la cruz, con todo su valor infinito. En él se cumplen todas las características del Sacrificio. El sacerdote, y la víctima son el mismo Cristo, quien se inmola con el fin de darle gloria de Dios. No es una representación, sino una renovación, del sacrificio de la cruz. En cada una se repite el sacrificio de la cruz, la única diferencia es que se realiza de forma incruenta, sin derramamiento de sangre. La Misa es el perfecto Sacrificio porque la víctima es perfecta.
La esencia misma de la Misa como sacrificio es la doble consagración del pan y del vino. La Santa Misa tiene dos elementos: Cristo ofrece su vida para rescatarnos del pecado, pues con su muerte espía nuestros pecados y es Cristo mismo quién se ofrece al Padre y une a su sacrificio al nuestro.
Por la Misa podemos ofrecer un sacrificio digno de Dios, además sí ofrecemos nuestros propios sacrificios por pequeños que sean al sacrificio de Cristo, estos adquieren el valor de Redención al ser incorporados al propio sacrificio de Cristo.
Cristo está presente en el Sacerdote, quién representa a Cristo como mediador universal en la Acción Sacramental. Está presente en los fieles, que se unen y participan con el Sacerdote y con Cristo en la Eucaristía. Nosotros nos unimos a su Sacrificio y lo ofrecemos con Él. Así mismo, Cristo está presente en la palabra de Dios. Él es la Palabra del Padre que nos revela los Misterios Divinos y el sentido de la Liturgia. En la Misa, por medio de la Comunión, nos unimos física y espiritualmente, formando un sólo Cuerpo. La Comunión es el gran don de Cristo que anticipa la vida eterna.
Fines y efectos de la Eucaristía como Sacrificio
La Santa Misa, como Sacrificio redentor de la cruz, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos:
Adoración: El sacrificio de la Misa rinde a Dios una adoración absolutamente digna de Él. Con una Misa le damos a Dios todo el honor que se le debe. Glorificación al Padre: con Cristo, en Cristo y por Cristo. Este es el fin latréutico.
Reparación: fin propiciatorio, reparación por los pecados.
Petición: fin impetratorio. Pedir gracias y favores, pues la Misa tiene la eficacia infinita de la oración del mismo Cristo.
Nada puede hacerse más eficaz para obtener de Dios la conversión de un pecador como ofrecer por esa intención el Santo Sacrificio de la Misa, rogando al mismo tiempo al Señor que quite del corazón del pecador los obstáculos para la obtención infalible de esa gracia.
A través de la Santa Misa recibe Dios, de modo infinito y sobreabundante, méritos indulgentes de los pecados de vivos y difuntos.

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