sábado, 6 de septiembre de 2008

¡JAIRE! Vida de Comunidad

NUESTRO HERMANO FUNDADOR COMPARTE CON NOSOTROS:
VIVIR EN LA ALABANZA
Queridos Hermanitos: ¡Shalóm! Una de las mayores gracias que me regaló el Señor en los últimos años de mi formación sacerdotal fue descubrir la alabanza. Llegué a experimentar el gozo de alabar al Dios que le daba sentido a mi vida. Luego, al conocer la Renovación Carismática, tuve la alegría de profundizar y compartir esta vivencia maravillosa.
Si nos diéramos cuenta de la importancia, de la necesidad y de los frutos de la alabanza sin duda le daríamos el lugar que corresponde en nuestra unión con Dios. En el primer capítulo de la carta a los Efesios, el apóstol San Pablo nos dice que fuimos elegidos desde toda la eternidad para ser alabanza de la Gloria de Dios. Por ser criaturas, junto con todo el universo, estamos llamados a alabar, porque todo lo que existe proclama la Gloria de Dios. Pero mucho más desde que hemos renacido en el Santo Bautismo, como resucitados, fuimos hechos en Cristo Jesús alabanzas vivientes. Los que han nacido de nuevo cantan el canto nuevo, la alabanza. Somos “Un pueblo que Dios hizo suyo para proclamar sus maravillas” (1Pe.2, 9) Esta es nuestra vocación y nuestra identidad como Iglesia. Y pertenecer a la Comunidad de Alabanza es poner de relieve este rasgo esencial de la vida cristiana. Por lo tanto no es algo optativo sino algo vital. Todo en nosotros tiene que ser alabanza al Dios Uno y Trino, al Creador, al Redentor y Santificador, por lo que es y por lo que hace. Porque es digno de toda alabanza. Y este será nuestro oficio en la eternidad. Alabar es admirar, elogiar, felicitar, reconocer lo que es aquel que es alabado, proclamar, exaltar, honrar, etc. Todo esto lo aplicamos a Dios pero no solo con las palabras o los sentimientos sino también con la vida, con nuestro ser y con nuestro obrar. Bien se dice que la alabanza brota de un corazón enamorado. El amor lleva a alabar y alabar nos hace amar. Ahora bien ¿cuál es el secreto de la perfecta alabanza? La unción del Espíritu Santo, como ocurrió con María que ungida por el Divino Paráclito exclama: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador…”
Lo mismo en Pentecostés, después de recibir el Espíritu Santo, comenzaron a proclamar las maravillas de Dios ante la multitud que se había congregado frente al Cenáculo (Hch.2, 11).
Alabar es poner a Dios como centro de nuestra vida, buscar solo su gloria, dejando que Él se glorifique en nosotros.
Alabamos porque Dios está con nosotros y experimentamos su amor, alabamos porque compartimos la Victoria de Jesús, su resurrección. Alabamos porque estamos siempre de fiesta, como anticipo del cielo. Todo es para nosotros motivo de alabanza, tanto en el orden natural como en el sobrenatural.
Que nuestra consigna sea ¡VIVIR EN LA ALABANZA!
A Nuestra Madre recurrimos para que nos ayude a ponerla en práctica y para que nuestra Comunidad sea de verdad una Comunidad de Alabanza.
Con todo mi afecto en Jesús y María y mi bendición. P. Ramón

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