viernes, 12 de septiembre de 2008

¿QUIÉNES SON FELICES?

Felices, dice el Señor, los que tienen una serie de cualidades especiales. Felices los pacientes, los limpios de corazón, los que luchan por la paz, los que tienen hambre y sed de ser justos... Felices más bien los que se animan a subir a la montaña y sentarse junto a los pies del Maestro.
Jesús comienza el Sermón de la montaña, mirando a la multitud: dice la Palabra "Jesús, al ver la multitud, subió a la montaña, se sentó y comenzó a decirles..." pero también dice: "sus discípulos se sentaron alrededor de Él".
¿Quienes captarán, escucharan, asimilaran mejor lo expresado por el Señor? ¿Los discípulos? o ¿La multitud? Sin lugar a dudas que los discípulos recibirán de manera distinta y especial la proclamación de esta Palabra. Y no solo recibirán la Palabra, sino captarán los gestos, la mirada, la dulzura de la voz, gestos que solo pueden ver y disfrutar los que están cerca.
Hermanos, no podemos aceptar la voluntad de Dios sin aceptar el subir a la montaña y sentarnos alrededor del Maestro. El discípulo aprende en la Escuela de jesús, en ninguna otra. Solo en Jesús está la verdadera enseñanza y no la podemos escuchar solamente como parte de la multitud, necesariamente tenemos que acercarnos, ir a Él, estar cerca para escuchar en detalles.
Por eso que los mensajes de Cristo lo pueden vivir los discípulos, pero aquellos discípulos que se animaron a acercarse, a escucharlo bien de cerca, aquellos que se subieron a la montaña.
La oración es ese subir, subir al encuentro de Dios, ir a sentarse a sus pies, observarlo, no solo escucharlo. La oración es el lugar donde no solo hablamos con Dios, sino que lo escuchamos a Dios. Si la oración no me lleva a escuchar a Dios no es oración, es monólogo, y eso no sirve para la vida espiritual. Mas bien, en mi oración, primero que hable Dios y luego le hablo Yo.
Qué importante sería nuestro caminar en la vida espiritual si cada día nos acercáramos al Señor con esta delicadeza y con esta sed de escucharlo.
El mensaje de las bienaventuranzas, por algo, comienza diciéndonos la actitud del Señor en primer lugar y dándonos el detalle de la ubicación de los discípulos. Y este magnífico sermón, que va del capítulo 5 de Mateo hasta el 7, nos narra la verdad que Cristo vino a revelar. El no abolirá nada, sino que perfeccionará y cumplirá. Y nos dice que no so los que le dicen Señor, Señor, los que se ganarán el Reino, sino aquellos que lo escuchan y ponen en práctica sus enseñanzas. Los verdaderos discípulos son los que hacen la voluntad del Padre y quienes la enseñanan a otros.
Y todo lo que manifiesta el Señor a la multitud, lo manifiesta en primer lugar a sus discípulos que ¿dónde están? a sus pies, escuchándolo de cerca.
Animémosno a acercarnos a Dios, así recibiremos sus enseñanzas de cerca y estaremos capacitados para vivir.
Hna. Ivana

¡Jaire!

¡JAIRE!

¡Jaire, María, llena de gracia! ¡Alégrate, María, llena eres de Gracia! (Lc.1, 28). Es una invitación especial de alegría y a la alegría. Alegría característica de los que viven en Cristo, alegría que es el sello de los redimidos.
Hermanos amadísimos, ¡Jaire! Desde nuestro Bautismo, y en nuestro Bautismo, hemos recibido este hermoso saludo. En el momento sublime, en el cual y por el cual, el Señor limpió nuestra alma de pecado; cuando Él habitó en nuestro interior con su presencia, su amor, la Fe, la Esperanza, la Caridad. Cuando invadió nuestro interior con su vida divina a través de la GRACIA SANTIFICANTE, nos dice a cada uno: Jaire… alégrate… eres lleno de Gracia, eres llena de Gracia.
¿Cómo no vivir en la alegría? Y ¿Cómo no vivir invitando con nuestra vida a la alegría? Todo en nosotros debe decir que estamos alegres. Alegres, más bien, FELICES. Una característica que no puede faltar es la alegría, en la vida comunitaria. Una comunidad triste es una triste comunidad. La alegría del encuentro, la alegría de los hermanos, la alegría del ágape, del compartir, de la puesta en común. La alegría de la comunión, la alegría de la presencia viva y real de Jesucristo en medio nuestro. La alegría de los enamorados, de los que se han dejado seducir por el Amado. La alegría de quienes confían en el Señor y experimentan su fidelidad, la alegría de quienes reposan en Dios y descansan en sus manos. La pregunta que debemos hacernos a cada momento, a cada instante es la siguiente ¿Cómo no estar alegres? O si no lo estoy ¿Por qué me falta la alegría? Y si repasamos la lista anterior encontraremos muchas respuestas y todas serán muy duras: si me falta la alegría puede ser, en primer lugar, porque no tomo conciencia de que Dios vive en mí, y que esa vida de Dios en mi produce sí o sí felicidad, porque Dios es Feliz. Tal vez nunca pienso en la Gracia Santificante, no me detengo a adorar a Dios que vive en mi, a compartir su felicidad, a dejarme alegrar con pensamientos tan altos. O tal vez la falta de alegría puede deberse a que no me siento comunidad, o no me siento hermano, o no comparto, no me abro, no me doy a conocer, no pongo mi vida en común; y ese cerramiento en mí mismo no puede producir otra cosa que tristeza, pesar, incomodidad. O quizás la falta de alegría radique en que todavía no me siento o no estoy enamorado de Jesús, o es un amor muy pobre, muy medido, muy condicionado, muy lejano. Un amor demasiado humano, sin fe. O la razón de la falta de alegría es la poca confianza, o el dejar de reposar en el Señor, o la búsqueda de la felicidad en placeres mundanos, la falta de mirada sobrenatural en los acontecimientos de la vida. O el querer escapar de la cruz, del dolor, del sacrificio. El huir de la voluntad de Dios quita la alegría de pertenecerle. Y así, podríamos seguir con muchas, muchas razones que pueden empañar o quitar la alegría.
Pero el saludo que recibimos en el Bautismo, el ¡Jaire! Que cada uno ha recibido es totalmente personal, actual y duradero, porque cada día el Señor vuelve a llamarnos a la alegría, que no es más ni menos que tomar conciencia de que ¡¡¡LLEVAMOS UNA FIESTA ADENTRO!!! Hna. Ivana