jueves, 6 de noviembre de 2008

María, Madre de la Comunidad

Trayendo a la memoria el glorioso día de Pentecostés, no podemos dejar de recordar a María Santísima. María, la Madre de Dios, unida en oración e implorando la venida de su Santísimo Esposo sobre esa comunidad naciente. Como en aquella época, María sabe muy bien, lo que todos sus hijos necesitamos. Ella sabe, porque escuchó atentamente a su Hijo, Jesús, que sin el Espíritu de Dios, nada podemos hacer. Ella sabe que el ser humano sin el auxilio que viene de lo alto será incapaz de seguir las huellas de su Hijo, Jesús. Por eso María, la Omnipotencia suplicante, en primer lugar pide insistentemente al Señor que derrame su Espíritu sobre cada uno de nosotros. Ella pide un Pentecostés personal, un reavivamiento espiritual. ella sabe que la única forma de que Cristo se geste, se forme, se haga realidad en la vida de los cristianos es por el poder y la fuerza del Espíritu Santo, su Esposo.
Mirando a la LLena de Gracia, podemos ver la obra maravillosa del Espíritu Santo. Mirando a María podemos ver la obra acabada del poder santificador del Espíritu Santo. Ella, la Llena de Dios, nos muestra lo que Dios puede hacer si lo dejamos obrar, nos muestra la obra perfecta del poder de Dios.
María es el reflejo de la vida Divina derramada en abundancia en un corazón generoso, ella nos muestra lo que es verdaderamente vivir en la Gracia de Dios.
Y, como en Pentecostés, aún hoy ella sigue al lado nuestro, al lado de los seguidores de Cristo, al lado de los elegidos de Dios, al lado de sus hijos.
Y junto a ella podemos vivir un verdadero Pentecostés, que no será distinto al que sucedió cincuenta días después de pascua, sino que será identico y con los mismos frutos y prodigios.
Unidos a ella podemos vivir una verdadera comunidad pentecostal. Recordemos lo que sucedió en Pentecostés en la vida de los apóstoles, fue un antes y un después. La valentía y la sabiduría de Pedro, el arriesgarse, la audacia, la locura de todos ellos que llegaron felices al martirio por Cristo, no es otra cosa que el poder del Espíritu Santo.
Y la vida de la primera comunidad comienza a relatarse tal cual es luego de pentecostés, antes de Pentecostés era el grupo de los seguidores de Cristo, luego de Pentecostés es la Comunidad Cristiana. Una sola alma, un solo corazón. La comunión de bienes. La vida fraterna. Y María con ellos. No puedo imaginarme, ni debemos imaginarnos una vida comunitaria sin María y mucho menos una vida verdaderamente pentecostal sin la esposa del Espíritu Santo.
Toda vida familiar necesita de la figura materna, la figura materna que es signo de unidad. Y María, la Madre de la comunidad, es nuestro signo de unidad, nuestro lazo de unidad, nuestro vínculo de fraternidad. Hermanos en Cristo y en María. Donde está Jesús está su Madre.
La comunidad de Alabanza es Cristocéntrica ¿Cómo no vivir una espiritualida profundamente mariana? Donde está Cristo está su Madre.
Entonces María, Madre de la comunidad, Madre de la Iglesia, es la poderosa intercesora para que nuestra comunidad arda en el fuego santificador del Espíritu Santo.
Pidámosle en este, su mes, que nos alcance esta gracia tan esperada por nuestros corazones.

Palabras dirigidas por el Santo Padre, Benedicto XVI a los Miembros de la Fraternidad Católica

Eminencias, venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:
Con mucho gusto les doy mi más cordial bienvenida y las gracias por esta visita con motivo del II Encuentro Internacional de Obispos que acompañan a las nuevas Comunidades de la Renovación Carismática Católica, del Consejo Internacional de la Fraternidad Católica de Comunidades y Asociaciones Carismáticas de Alianza y, por último, de la XIII Conferencia Internacional, convocada en Asís, sobre el tema "Nosotros predicamos a un Cristo crucificado..., fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor. 1,23-24), en la que participan las principales Comunidades de la Renovación Carismática en el mundo.
Los saludo, queridos hermanos en el Episcopado, así como a todos los que trabajan al servicio de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades. Dirijo un saludo especial al profesor Matteo Calissi, Presidente de la Fraternidad Católica, que ha manifestado vuestros sentimientos.
Como ya he afirmado en otras circunstancias, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, florecidos después del Concilio Vaticano II, constituyen un don singular del Señor y un recurso precioso para la vida de la Iglesia. Deben ser acogidos con confianza y valorados en sus diferentes contribuciones que han de ponerse al servicio de la utilidad común de manera ordenada y fecunda. Es de gran interés actual vuestra reflexión sobre el carácter central de Cristo en la predicación, así como sobre la importancia de "los carismas en la vida de la Iglesia particular", haciendo referencia a la teología paulina, al Nuevo Testamento y a la experiencia de la Renovación Carismática. Lo que vemos en el Nuevo Testamento sobre los carismas, que surgieron como signos visibles de la venida del Espíritu Santo, no es un acontecimiento histórico del pasado, sino una realidad siempre viva: el mismo Espíritu, alma de la Iglesia, actúa en ella en toda época, y sus intervenciones, misteriosas y eficaces, se manifiestan en nuestro tiempo de manera providencial. Los movimientos y nuevas comunidades son como irrupciones del Espíritu Santo en la Iglesia y en la sociedad contemporánea. Entonces podemos decir adecuadamente que uno de los elementos y de los aspectos positivos de las comunidades de la Renovación Carismática Católica es precisamente la importancia que en ellas tienen los carismas y los dones del Espíritu Santo y su mérito consiste en haberlo recordado a la Iglesia su actualidad.
El Concilio Vaticano II, en varios documentos, hace referencia a los movimientos y a las nuevas comunidades eclesiales, especialmente en la constitución dogmática Lumen gentium, donde dice: "Los carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo" (n. 12). Después, también el Catecismo de la Iglesia Católica ha subrayado el valor y la importancia de los nuevos carismas en la Iglesia, cuya autenticidad es garantizada por la disponibilidad a someterse al discernimiento de la autoridad eclesiástica (Cf. n. 2003). Precisamente por el hecho de que somos testigos de un prometedor florecimiento de movimientos y comunidades eclesiales es importante que los pastores ejerzan con ellos un discernimiento prudente, sabio y benevolente.
Deseo de corazón que se intensifique el diálogo entre pastores y movimientos eclesiales a todos los niveles: en las parroquias, en las diócesis y con la Sede Apostólica. Sé que se están estudiando formas oportunas para dar reconocimiento pontificio a los nuevos movimientos y comunidades eclesiales y ya muchos lo han recibido. Los pastores, especialmente los obispos, en el deber de discernimiento que les compete, no pueden desconocer este dato --el reconocimiento o la erección de asociaciones internacionales por parte de la Santa Sede para la Iglesia universal
Queridos hermanos y hermanas: entre estas nuevas realidades eclesiales reconocidas por la Santa Sede se encuentra también vuestra Fraternidad Católica Internacional de Comunidades y Asociaciones Carismáticas de Alianza, asociación internacional de fieles, que desempeña una misión específica en el seno de la Renovación Carismática Católica (Cf. Decreto del Consejo Pontificio para los Laicos, 30 de noviembre de 1990, prot. 1585/S-6//B-SO). Uno de sus objetivos, según las indicaciones de mi venerado predecesor Juan Pablo II, consiste en salvaguardar la identidad católica de las comunidades carismáticas y alentarlas a mantener un cercano lazo con los obispos y con el romano pontífice.
He sabido, además, con complacencia que se propone constituir un centro de formación permanente para los miembros y responsables de las comunidades carismáticas. Esto permitirá a la Fraternidad Católica desempeñar mejor su propia misión eclesial orientada a la evangelización, a la liturgia, a la adoración, al ecumenismo, a la familia, a los jóvenes y a las vocaciones de especial consagración; misión que se verá favorecida por el cambio de la sede internacional de la asociación a Roma, con la posibilidad de estar en un contacto más cercano con el Consejo Pontificio para los Laicos.
Queridos hermanos y hermanas: la salvaguarda de la fidelidad a la identidad católica y del carácter eclesial por parte de cada una de vuestras comunidades os permitirá ofrecer por doquier un testimonio vivo y operante del profundo misterio de la Iglesia. Y esto promoverá la capacidad de las diferentes comunidades para atraer a nuevos miembros.
Encomiendo los trabajos de vuestros respectivos congresos a la protección de María, Madre de las Iglesia, templo vivo del Espíritu Santo, y a la intercesión de los santos Francisco y Clara de Asís, ejemplos de santidad y de renovación espiritual, mientras os imparto de corazón a todos vosotros y a vuestras comunidades una especial bendición apostólica.
SANTO PADRE, BENEDICTO XVI
Amor, amor, amor, amor… hermanos míos, Dios es amor… “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él”. Permanecer en Dios, hacer a Dios presente, vivir en la presencia de Dios amando… AMANDO…
Gozo perfecto, a la medida de Dios. Gusto por la unidad y en la unidad. “Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu”. Y el Espíritu es amor, Amor del padre y Amor del Hijo. Amor de comunión, amor de Una sola alma y un solo corazón… Comunidad de alabanza…
Alegría de compartir, de encontrarnos. Disfrutar del inmenso don de los hermanos. “Queridos míos, si Dios nos amó tanto, 11 también nosotros debemos amarnos los unos a los otros”. Dios nos amó tanto y ¿Cuánto amamos a Dios en los hermanos? ¿Cuál es nuestro Tanto…?
Paz, quietud, reposo, confianza… el hermano sostenido, soportado por el hermano…”El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?”. La expresión concreta de amor a Dios es concretamente el amar a los hermanos y amar a Dios en cada uno de ellos.
Es FRATERNIDAD. Crecimiento en el cumplimiento del Mandamiento más importante. Amor… Por sobre todas las cosas y personas, Amor santo, porque es amor de Dios. “Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano”. ALIANZA NUEVA Y ETERNA. Alianza que cada uno de nosotros nos hemos animado a vivir… ¡¡¡HAGÁMOSLO Y SEAMOS SANTOS!!!