miércoles, 15 de julio de 2009

¡ALÉGRENSE HERMANOS!

"Hermanos, alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia. Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada. Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que la pida a Dios, y la recibirá, porque él la da a todos generosamente, sin exigir nada en cambio. Pero que pida con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar levantadas y agitadas por el viento. El que es así no espere recibir nada del Señor, ya que es un hombre interiormente dividido e inconstante en su manera de proceder... Feliz el hombre que soporta la prueba, porque después de haberla superado, recibirá la corona de Vida que el Señor prometió a los que lo aman" (Stgo. 1, 2-12)
HERMANOS, ALÉGRENSE. PERO NO UNA ALEGRÍA SUPERFICIAL, UNA ALEGRÍA DE SONRISA COMO QUE "NO QUEDA OTRA". ALEGRENSE PROFUNDAMENTE. ALEGRÍA INTERIOR QUE NO QUIERE DECIR RISAS O CARCAJADAS, ESO ES EXTERIOR, SINO ALGRÍA DEL ALMA... YO LO TRADUCIRÍA "PAZ Y BIEN" HERMANOS PAZ Y BIEN SI DE MOMENTO ESTAN SOMETIDOS A DIVERSAS PRUEBAS PORQUE ESO PRODUCE PACIENCIA. Y LA PACIENCIA ES LA CIENCIA DE LA PAZ.
HAY MUCHOS CIENTÍFICOS, PERO POCOS SE DEDICAN A LA CIENCIA DE LA PAZ. POR ESO EL MUNDO ESTÁ COMO ESTÁ. EN ESTE PEQUEÑÍSIMO PÁRRAFO YA PODEMOS CONCLUIR QUE, SI TODO EL MUNDO VIVIERA CON ALEGRÍA LAS PRUEBAS, EL MUNDO ENTERO YA HUBIERA ADQUIRIDO LA CIENCIA DE LA PAZ, POR CONSIGUIENTE VIVIRIAMOS EN PAZ.
DICE SANTIAGO QUE LA ALEGRIA DEBE SER PROFUNDA Y SIEMPRE CANTAMOS QUE "NO PUEDE ESTAR TRISTE EL CORAZÓN QUE ALABA A CRISTO", POR NINGÚN MOTIVO PUEDE ESTALO, DE EHCHO LA MISMA ALABANZA YA ES ALEGRÍA. Y SOMOS UN PUEBLO DE ALABANZA, ENTONCES... PROFUNDAMENTE ALEGRE, AÚN EN LA TORMENTA... PROFUNDAMENTE ALEGRES PORQUE ESTAMOS GENERANDO PACIENCIA Y AL GENERAR PACIENCIA SOMOS CIENTÍFICOS DE PAZ.
LA PRUEBA PRODUCE PACIENCIA Y LA PACIENCIA DEBE IR ACOMPAÑADA DE OBRAS PERFECTAS A FIN DE LLEGAR A LA PERFECCIÓN, SIN QUE LES FALTE NADA... DIOS MIO!! ESTE SANTIAGO!!!
DE PARTE DE DIOS HABLARON LOS HOMBRES Y EL SEÑOR HA HABLADO HOY, NOS QUIERE SANTOS Y CON PACIENCIA DEBEMOS IR DESPRENDIÉNDONOS DE TODO AQUELLO QUE NO LE DA GLORIA. MUCHAS CRUCES SE HACEN PESADAS PORQUE SUPONEN DESPRENDIMIENTO, CUANTO MÁS NOS AFERRAMOS MÁS PESAN, CUANDO ENTREGAMOS SE ALIVIANAN. OBRAS PERFECTAS: VOLUNTAD DE DIOS. POR ESO SIGUE DICIENDO: QUE AL QUE LE FALTE SABIDURÍA, SIMPLEMENTE "QUE LA PIDA", PERO QUE NO ANDE CON TITUBEOS, O QUE LA PIDA CON FE O QUE DIRECTAMENTE NO LA PIDA. ASI DEBE SER NUESTRA CONFIANZA EN EL SEÑOR "FE CARISMÁTICA", Y EL SEÑOR RESPONDERÁ.
NO SE REFIERE A QUE EL SEÑOR HARÁ LO QUE SE NOS OCURRA, SE REFIERE A LA SABIDURÍA. OJO CON ESTO, NO INTERPRETEMOS COMO NOS CONVIENE ( CANSADA DE ESCUCHAR QUE NO NOS SANAMOS PORQUE NOS FALTA FE). PIDAMOS SABIDURÍA PARA DISCERNIR CUÁL ES LA VOLUNTAD DE DIOS, LO QUE LE AGRADA, LO PERFECTO, LO QUE EL QUIERE DE NOSOTROS, ASI CRECEREMOS EN PACIENCIA Y ESTAREMOS PROFUNDAMENTE ALEGRES. ES DECIR, ALCANZAREMOS EL PREMIO QUE TIENE PROMETIDO A LOS QUE LO AMAN: ¡¡¡¡SEREMOS FELICES!!!

martes, 14 de julio de 2009

SAN PASCUAL BAILÓN

Le pusieron por nombre Pascual, por haber nacido el día de Pascua (del año 1540). Nació en Torre Hermosa, Aragón, España. Es el patrono de los Congresos Eucarísticos y de la Adoración Nocturna. Desde los 7 años hasta los 24, por 17 años fue pastor de ovejas. Después por 28 será hermano religioso, franciscano.

Su más grande amor durante toda la vida fue la Sagrada Eucaristía. Decía el dueño de la finca en el cual trabajaba como pastor, que el mejor regalo que le podía ofrecer al niño Pascual era permitirle asistir algún día entre semana a la Santa Misa. Desde los campos donde cuidaba las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre del pueblo y de vez en cuando se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento, desde esas lejanías. En esos tiempos se acostumbraba que al elevar la Hostia el sacerdote en la Misa, se diera un toque de campanas. Cuando el pastorcito Pascual oía la campana, se arrodillaba allá en su campo, mirando hacia el templo y adoraba a Jesucristo presente en la Santa Hostia.Un día otros pastores le oyeron gritar: “¡Ahí viene!, ¡allí está!”. Y cayó de rodillas. Después dijo que había visto a Jesús presente en la Santa Hostia.

De niño siendo pastor, ya hacía sus mortificaciones. Por ej. la de andar descalzo por caminos llenos de piedras y espinas. Y cuando alguna de las ovejas se pasaba al potrero del vecino le pagaba al otro, con los escasos dineros que le pagaban de sueldo, el pasto que la oveja se había comido.

A los 24 años pidió ser admitido como hermano religioso entre los franciscanos. Al principio le negaron la aceptación por su poca instrucción, pues apenas había aprendido a leer. Y el único libro que leía era el devocionario, el cual llevaba siempre mientras pastoreaba sus ovejas y allí le encantaba leer especialmente las oraciones a Jesús Sacramentado y a la Sma. Virgen.

Como religioso franciscano sus oficios fueron siempre los más humildes: portero, cocinero, mandadero, barrendero. Pero su gran especialidad fue siempre un amor inmenso a Jesús en la Santa Hostia, en la Eucaristía. Durante el día, cualquier rato que tuviera libre lo empleaba para estarse en la capilla, de rodillas con los brazos en cruz adorando a Jesús Sacramentado. Por las noches pasaba horas y horas ante el Santísimo Sacramento. Cuando los demás se iban a dormir, él se quedaba rezando ante el altar. Y por la madrugada, varias horas antes de que los demás religiosos llegaran a la capilla a orar, ya estaba allí el hermano Pascual adorando a Nuestro Señor.

Ayudaba cada día el mayor número de misas que le era posible y trataba de demostrar de cuantas maneras le fuera posible su gran amor a Jesús y a María. Un día un humilde religioso se asomó por la ventana y vio a Pascual danzando ante un cuadro de la Sma. Virgen y diciéndole: “Señora: no puedo ofrecerte grandes cualidades, porque no las tengo, pero te ofrezco mi danza campesina en tu honor”. Pocos minutos después el religioso aquel se encontró con el santo y lo vio tan lleno de alegría en el rostro como nunca antes lo había visto así. Cuando los padres oyeron esto, unos se rieron, otros se pusieron muy serios, pero nadie comentó nada.

Pascual compuso varias oraciones muy hermosas al Santísimo Sacramento y el sabio Arzobispo San Luis de Rivera al leerlas exclamó admirado: “Estas almas sencillas sí que se ganan los mejores puestos en el cielo. Nuestras sabidurías humanas valen poco si se comparan con la sabiduría divina que Dios concede a los humildes”.

Sus superiores lo enviaron a Francia a llevar un mensaje. Tenía que atravesar caminos llenos de protestantes. Un día un hereje le preguntó: “¿Dónde está Dios?”. Y él respondió: “Dios está en el cielo”, y el otro se fue. Pero enseguida el santo fraile se puso a pensar: “¡Oh, me perdí la ocasión de haber muerto mártir por Nuestro Señor! Si le hubiera dicho que Dios está en la Santa Hostia en la Eucaristía me habrían matado y sería mártir. Pero no fui digno de ese honor”. Llegado a Francia, descalzo, con una túnica vieja y remendada, lo rodeó un grupo de protestantes y lo desafiaron a que les probara que Jesús sí está en la Eucaristía. Y Pascual que no había hecho estudios y apenas si sabía leer y escribir, habló de tal manera bien de la presencia de Jesús en la Eucaristía, que los demás no fueron capaces de contestarle. Lo único que hicieron fue apedrearlo. Y él sintió lo que dice la S. Biblia que sintieron los apóstoles cuando los golpearon por declararse amigos de Jesús: “Una gran alegría por tener el honor de sufrir por proclamarse fiel seguidor de Jesús”.

Lo primero que hacía al llegar a algún pueblo era dirigirse al templo y allí se quedaba por un buen tiempo de rodillas adorando a Jesús Sacramentado.

Hablaba poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, entonces sí se sentía inspirado por el Espíritu Santo y hablaba muy hermosamente. Había recibido de Dios ese don especial: el de un inmenso amor por Jesús Sacramentado.

Siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba a Misa o cuando podía estarse un rato orando ante el Sagrario del altar.

Pascual nació en la Pascua de Pentecostés de 1540 y murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés. Pascua significa: paso de la esclavitud a la libertad). Y parece que el regalo de Pentecostés que el Espíritu Santo le concedió fue su inmenso y constante amor por Jesús en la Eucaristía.

Cuando estaba moribundo, en aquel día de Pentecostés, oyó una campana y preguntó: “¿De qué se trata?”. “Es que están en la elevación en la Santa Misa”. “¡Ah que hermoso momento!”, y quedó muerto plácidamente.

Después durante su funeral, tenían el ataúd descubierto, y en el momento de la elevación de la Santa Hostia en la misa, los presentes vieron con admiración que abría y cerraba por dos veces sus ojos. Hasta su cadáver quería adorar a Cristo en la Eucaristía. Los que lo querían ver eran tantos, que su cadáver lo tuvieron expuesto a la veneración del público por tres días seguidos.

Por 200 años muchísimas personas, al acercarse a la tumba de San Pascual oyeron unos misteriosos golpecitos. Nadie supo explicar el porqué pero todos estaban convencidos de que eran señales de que este hombre tan sencillo fue un gran santo. Y los milagros que hizo después de su muerte, fueron tantos, que el Papa lo declaró santo en 1690.

El Sumo Pontífice nombró a San Pascual Bailón Patrono de los Congresos Eucarísticos y de la Adoración Nocturna.

COMPARTO CON USTEDES ESTA HERMOSA ORACIÓN: Querido San Pascual: consíguenos del buen Dios un inmenso amor por la Sagrada Eucaristía, un fervor muy grande en nuestras frecuentes visitas al Santísimo y una grande estimación por la Santa Misa. Amén

SAN PEDRO JULIÁN EYMARD

Un joven estudiante, por su desesperada salud, ha de abandonar el seminario donde se prepara para el sacerdocio. Agonizante en la casa paterna, exclama angustiado: -¡Dios mío, concédeme la dicha de celebrar al menos una Misa, una sola Misa! Le contestan los que rodean su lecho: Pero, si tocan las campanas de la iglesia porque te traen los Últimos Sacramentos. Y el enfermo —como la gente se reunía en la iglesia mientras se llevaba el Viático al moribundo—, exclama con enorme fe: -¡Tanto mejor! Están muchos rezando por mí. Jesús me bendice. Ya verán cómo me pongo bueno. Curó de aquella enfermedad, y, ya sacerdote, fue un gran apóstol de la Eucaristía. Es San Pedro Julián Eymard.
Este Santo francés fue prevenido por Dios, desde su infancia, por un instinto divino hacia el Santísimo Sacramento. Su hermana Mariana, excelente muchacha, regresaba a casa después de comulgar, y Pedro Julián, niño muy pequeño, se le acercaba, se le ponía al lado, se apretaba junto a ella, mientras le decía:
- ¡Tú tienes a Jesús! Yo siento a Jesús, que está dentro de ti.
Y un día, cuando Pedro Julián no tenía más que cinco años, se escapa a la iglesia, da su hermana al fin con él, que estaba escondido detrás del altar, subido en una escalera, y con el pecho casi apegado al Sagrario.
- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué te pones así en este lugar?
Y el niño, con gran convicción: -Porque aquí lo escucho mejor. Eymard, santito precoz, empezaba a entendérselas muy bien con Jesús...
Para llegar a ser sacerdote, su máxima ilusión, Pedro Julián ha de vencer la feroz resistencia de su padre, que le tiene preparada la muchacha para un enlace tentador. Pero no se doblega, y al fin logra ascender la gradas del Altar: -¡Ya soy Sacerdote! Ahora, a trabajar por las almas...
Cinco años se pasa como cura de pueblo. Pero un día desaparece de la parroquia. Lo encuentra su hermana Mariana, y le pregunta angustiada: -¿A dónde vas? ¿No te puedes quedar conmigo un día solo, sólo un día? Y Pedro Julián: -¡No! Dios me llama hoy, ¡hoy! Mañana a lo mejor será tarde.
Los feligreses dan con el paradero del fugitivo entre los Maristas de Marsella, y se presentan amenazantes ante el Obispo:
- ¡Sáquelo de ese convento en que se ha metido! ¡Queremos que regrese con nosotros! Cura como éste no hemos tenido nunca!...
Pedro Julián no cede. Ha tenido la suerte de conocer y tratar como amigos a grandes figuras de la Iglesia: el Cura de Ars, San Juan Bautista Vianney; el Obispo y misionero soñador San Eugenio Mazenod; el Padre Colin, Fundador de los Padres Maristas; la Señorita Jaricot, fundadora de la Obra Pontificia de la Propagación de la Fe... Y se dice: -Yo, ¡como ellos!... Ingresa en los Padres Maristas, y durante diecisiete años es director de colegio, superior de la comunidad, encargado de la Tercera Orden de María. Todo un santo y un apóstol.
En los hechos revolucionarios de 1848, se mete en un grupo de facinerosos para calmarlos. Pero ellos encienden a la gente, que empieza a gritar, mientras arrastran al sacerdote hacia el río: -¡Este cura al Ródano, este cura al Ródano! Sin embargo, un revolucionario se planta frente todos: -¡Este cura, no! Este cura no va al río. Éste es de los nuestros, y ha hecho mucho bien a la ciudad. Cambian todos de parecer, y se forma una manifestación triunfal, mientras llevan al cura a su convento: -¡Viva el Padre Eymard!...
Pero el apostolado en Francia no era lo que él quería: -¿Y las misiones de Oceanía?... Soñaba en ellas, aunque Dios tenía otros designios. Sube al santuario de la Virgen, y oye la voz misteriosa: -Pedro Julián, todos los misterios de mi Hijo tienen una Congregación Religiosa que los honre; tan sólo la Eucaristía, el principal de todos, no la tiene. Ante la voz tan clara de la Virgen María, saca la única conclusión valedera y que va a cambiar su vida:
-¡Pues, la tiene que tener!
Aconsejado y debidamente autorizado, deja a los Maristas, y sale para dedicarse de lleno a la propagación de la devoción a la Eucaristía, por medio de dos congregaciones religiosas, de hombres y de mujeres.
Su ideal es claro, repetido de mil maneras, mientras señala el Sagrario a todos: -¡Jesús está ahí! Luego, ¡todos con Él! Y hace suyas las palabras de Pablo, pero algo modificadas y completadas: -No predicar sino a Jesucristo, y Jesucristo Sacramentado. ¿Por qué? Porque la Eucaristía es el “memorial”, el recuerdo vivo de la pasión y muerte de Jesucristo, un memorial que contiene en persona al mismo Jesucristo del Calvario, ahora glorificado en el Cielo y presente en la Tierra.
Así de claro en su mente, Eymard despliega su bandera: -¡Es preciso que el Santísimo Sacramento cubra el mundo! Y da como consigna a los Padres Sacramentinos, a las Religiosas y a todos sus colaboradores: -Nuestra labor consiste en hacer conocer, amar, adorar y servir a Jesucristo en su augusto Sacramento.
La primera casa con que cuenta es horrible. Le desaconsejan que se meta en ella: -¡Se van a enfermar todos! Y Pedro Julián, ardiendo en amor al Señor: -¿Hay un Sagrario? Pues, tengo bastante.
Dios le hace encontrarse también providencialmente con otro gran apóstol de la Eucaristía: la Señorita Tamisier, iniciadora de los Congresos Eucarísticos Internacionales. Con ellos, más que con otro medio alguno, se cumpliría la ilusión de Eymard, que podríamos cifrar en estas palabras:
- Los hombres —los obreros en especial— se alejan de la Iglesia porque no conocen a Cristo. Por lo mismo, ¡a sacar del Sagrario a Jesús! A exhibirlo, mostrarlo y presentarlo como el único capaz de resolver todos los problemas personales y sociales.
Así piensa hasta su muerte, ocurrida el 1 de Agosto de 1868.
Este fue San Pedro Julián Eymard. El de un mensaje tan actual para la Iglesia. Un mensaje que no pasa, que no pasará nunca de moda...

MUCHO TENEMOS EN COMÚN CON ESTE GRAN SANTO... CRISTO EUCARISTÍA ES NUESTRO ESTANDARTE, NUESTRO CENTRO, NUESTRO "TODO"... SIN ÉL ¡¡¡¿QUÉ SERÍA DE NOSOTROS?!!!
PIDAMOS A ESTE SANTO QUE NUESTRA DEVOCIÓN CREZCA Y SEAMOS FERVORASAMENTE EUCARÍSTICOS. AMÉN.

Santa Clara y su devoción EUCARÍSTICA

Clara de Asís se revela también como una auténtica intérprete y copia fiel del padre san Francisco. En sus escritos faltan enseñanzas de especial importancia sobre el misterio eucarístico, pero su vida, según los testimonios de los le estuvieron cerca, fue la lección incomparable de su conciencia de la centralidad de la eucaristía, de su fe luminosa y de su amor apasionado por el sacramento del altar: las mismas características de Francisco.
En el proceso de canonización sus hijas compiten en recordar su gran fe y conmoción mezclada de temor, cuando se acercaba a la mesa eucarística. "Y dijo que dicha madonna Clara se confesaba muchas veces, y recibía a menudo el santo sacramento del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, mientras temblaba toda ella, cuando lo recibía" (Proc 2, 11); "y, de manera especial, derramaba muchas lágrimas cuando recibía el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo" (Proc 3, 7).
Mientras en los escritos de san Francisco y en los distintos testimonios se habla de cuerpo y de la sangre, a propósito de Clara no se hace referencia a la sangre, confirmando tal vez la desaparición de la comunión con el cáliz, debido al desarrollo de la devoción a la hostia. La referencia a la confesión, motivada por el deseo de purificación y por la conciencia de la propia indignidad, está en línea con la recomendación de san Francisco y con el uso, en vías de desarrollo, de la confesión frecuente (cf. LsCl 42; Proc 3, 24).
En Clara reaparece con una nota de ternura típicamente femenina la misma devoción de Francisco por la eucaristía, incluido el interés por los objetos de culto: "Los hechos demuestran lo intenso que fue el amor devoto de santa Clara hacia el sacramento del altar. Porque en la grave enfermedad que la obligó a guardar cama se hacía levantar y sujetar por detrás con apoyos; y, sentada, hilaba tejidos delicadísimos. De ellos sacó más de cincuenta pares de corporales, que enviaba, guardados en bolsas de seda o de púrpura, a varias iglesias por la llanura y los montes de Asís. Y, cuando iba a recibir el cuerpo del Señor, primero derramaba cálidas lágrimas y, acercándose luego con temblor, al que se esconde en el sacramento, no menos que al soberano del cielo y de la tierra" (Leyenda de santa Clara 28).
En la Regla de santa Clara se establece la comunión siete veces al año (RsC 3). La norma, aparentemente limitadora, es un notable paso adelante, una amplia concesión, si se considera en el contexto de la época.
A diferencia con san Francisco, cuya devoción eucarística, siempre nítida y robusta, es inmune a cualquier elemento milagroso, a santa Clara se le atribuyen dos prodigios, no diferentes de los ya conocidos por los escritos de medidos del siglo XIII. El primero se refiere a la visión de un niño sobre la cabeza de Clara, mientras comulgaba: "La testigo vio sobre la cabeza de la citada madre santa Clara un esplendor muy grande, y le pareció que el cuerpo del Señor fuese un niño pequeño y muy hermoso" (Proc 89, 10).
El otro, narrado en repetidas ocasiones, se refiere en cambio a la oración de Clara delante del sacramento, para alejar a los sarracenos del asedio al monasterio y a la ciudad de Asís, que también se desarrolló luego en la tradición iconográfica, según la cual ella habría mostrado la pixis con la hostia para bloquear a los enemigos. Mientras algunas testigos hablan de la simple intercesión de Clara (Proc 2, 20; 3, 18; 4, 24; 10, 9; 12, 8), una de ellas refiere, en cambio, que la santa "se hizo poner delante una cajita donde estaba el santo sacramento del cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Y echándose en oración, tendida en el suelo, oró con lágrimas..." (Proc 9, 2).
Si en ambos relatos se atribuye el prodigio a la intercesión de la santa, en el segundo destaca la fe adoradora de Clara de un modo (postración ante el sacramento) que indica el progreso y la difusión del culto eucarístico en el mismo monasterio de San Damián. El episodio revela probablemente una costumbre de la santa, que se incluye con su gran fe en el movimiento devocional de la época.

San Francisco y su devoción EUCARÍSTICA

San Francisco ha sido el primero en traducir a la práctica cotidiana lo que proponía de palabra y por escrito. Es más, se puede decir que su enseñanza no era fruto de elaboraciones teóricas, sino que brotaba de una profunda convicción interior y de una experiencia diaria. Hay, en efecto, plena correspondencia entre los aspectos doctrinales y los comportamientos concretos, narrados por sus discípulos. En esto se basa una peculiaridad del espíritu de san Francisco transmitido a sus hijos, como aparece en la tradición franciscana: acompañar a la palabra el testimonio de vida, enseñar también con el ejemplo
Tomás de Celano nos ofrece un sugestivo retrato de la devoción de san Francisco en todos sus aspectos: “Ardía en fervor, que le penetraba hasta la médula, para con el sacramento del cuerpo del Señor, admirando locamente su cara condescendencia y su condescendiente caridad (147). Juzgaba notable desprecio no oír cada día, a lo menos, una misa, pudiendo oírla. Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla también en los demás. Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los miembros, y al recibir al Cordero inmolado inmolaba también el alma en el fuego que le ardía de continuo en el altar del corazón. Por esto amaba a Francia, por ser devota del cuerpo del Señor; y deseaba morir allí, por la reverencia en que tenían el sagrado misterio. Quiso a veces enviar por el mundo hermanos que llevasen copones preciosos, con el fin de que allí donde vieran que estaba colocado con indecencia lo que es el precio de la redención, lo reservaran en el lugar más escogido. Quería que se tuvieran en mucha veneración las manos del sacerdote, a las cuales se ha concedido el poder tan divino de realizarlo. Decía con frecuencia: «Si me sucediere encontrarme al mismo tiempo con algún santo que viene del cielo y con un sacerdote pobrecillo, me adelantaría a presentar mis respetos al presbítero y correría a besarle las manos, y diría: "¡Oye, San Lorenzo, espera!, porque las manos de éste tocan al Verbo de vida y poseen algo que está por encima de lo humano" (2Cel 201).
Se observen los distintos elementos que se citan: admirado estupor frente al misterio eucarístico, expresión de benevolencia divina; participación diaria en la misa; comunión frecuente, ofrecimiento de sí mismo y ensimismamiento con el sacrificio de Cristo, hasta convertirse en altar viviente; amor y simpatía por Francia, es decir, aquella región de Valonia correspondiente a la provincia de Bélgica, donde, según los especialistas, se estaba desarrollando un intenso movimiento eucarístico que llevará a la institución de la fiesta del Corpus Christi; envío de los frailes para abastecer a las iglesias de vasos preciosos donde guardar decorosamente el sacramento; respeto a los sacerdotes por causa de su ministerio eucarístico. La eucaristía, durante y después de la celebración, en su realidad salvadora como en las personas, en los objetos y lugares que la rodean, es objeto de una única mirada de fe viva, de amor intenso, de veneración sincera. Nada le falta al cuatro trazado con tanta finura
Todos los demás testimonios que tenemos forman un coro unánime y confirman o subrayan los trazos delineados. Eco fiel de las de Celano son las palabras de san Buenaventura: “Su amor al sacramento del cuerpo del Señor era un fuego que abrasaba todo su ser, sumergiéndose en sumo estupor al contemplar tal condescendencia amorosa y un amor tan condescendiente. Comulgaba frecuentemente y con tal devoción, que contagiaba su fervor a los demás, y al degustar la suavidad del Cordero inmaculado, era muchas veces, como ebrio de espíritu, arrebatado en éxtasis” (LM 9, 2).
De sus exhortaciones a la escucha “fervorosa” de la misa, de la adoración “devota”, del cuerpo del Señor, del honor “especial” hacia los sacerdotes hablan los 3 Compañeros (14), y en Anónimo de Perusa (8); su atención a la custodia eucarística y el respeto a los sacerdotes los recuerda la Leyenda de Perusa (80); de su deseo e interés en participar en la eucaristía hacen mención también la Leyenda de perusa (17) y el Espejo de Perfección (87); de su amor por la limpieza de las iglesias y los altares, así como de “todos los objetos que sirven para la celebración de los divinos misterios”, también la Leyenda de Perusa (18), etc.
Otro aspecto que merece la atención es su amor especial por la escucha de la palabra evangélica, tanto durante como después de la misa, o sea la valorización de la palabra de Dios y su resonancia en la vida. En la nota añadida por fray León al Breviario de san Francisco se lee: “También hizo escribir este Evangeliario y cuando, por la enfermedad u otro impedimento manifiesto, no podía oír la misa, se hacía leer el texto evangélico correspondiente a la misa del día. Y así continuó hasta su muerte. Él lo explicaba así: Cuando no oigo la misa, adoro el cuerpo de Cristo en la oración con los ojos de la mente, del mismo moco como cuando lo contemplo durante la celebración eucarística. Oído o leído el testo evangélico, el bienaventurado Francisco, por su profunda reverencia al Señor, besaba siempre el libro del Evangelio”.
Idéntico testimonio se encuentra en la Leyenda de Perusa (50): “El bienaventurado Francisco, en efecto, cuando no podía acudir a la misa, quería oír el evangelio del día antes de la comida” (cf. también Espejo de Perfección, 117). Este hecho demuestra no sólo la coherencia con que enseñaba acerca de la veneración de las palabras y el cuerpo del Señor - la relación, diríamos hoy, entre palabra y rito, entre liturgia de la palabra y liturgia eucarística, entre la mesa de la palabra y la mesa del cuerpo de Cristo -, sino que la razón por él esgrimida explica también suficientemente el lugar que la misa ocupa en su jornada: mientras escucha la palabra del Evangelio, él adora interiormente el cuerpo de Cristo, se adhiere espiritualmente al ritmo de la celebración eucarística de cada día, superando todo impedimento material y yendo más allá del hecho ritual.
La palabra del Evangelio escuchada en la misa provocaba en la conciencia de Francisco una respuesta inmediata y total como lo confirma el episodio relativo a su vocación: “cuando en cierta ocasión asistía devotamente a una misa que se celebraba en memoria de los apóstoles, se leyó aquel evangelio en que Cristo, al enviar a sus discípulos a predicar, les traza la forma evangélica de vida que habían de observar, esto es, que no posean oro o plata, ni tengan dinero en los cintos, que no lleven alforja para el camino, ni usen dos túnicas ni calzado, ni se provean tampoco de bastón. Tan pronto como oyó estas palabras y comprendió su alcance, el enamorado de la pobreza evangélica se esforzó por grabarlas en su memoria, y lleno de indecible alegría exclamó: «Esto es lo que quiero, esto lo que de todo corazón ansío” (Leyenda mayor 3, 1).
Los 3 Compañeros (25) detallan que el santo comprendió “esto más claro por la explicación del sacerdote”. El episodio, que recuerda a otro parecido de san Antonio abad, es muy significativo, precisamente porque nos da a conocer el “lugar de nacimiento” de la vocación de Francisco, la celebración eucarística, y arroja plena luz sobre los sentimientos interiores de intensa participación del santo en el misterio de la palabra y el cuerpo de Cristo.
Por último, no podemos ignorar lo que escribe en el Testamento, a propósito de su visita a las iglesias y de la oración que solía recitar: "Y el Señor me dio una fe tal en las iglesias, que oraba y decía así, sencillamente: "Y el Señor me dio una fe tal en las iglesias, que oraba y decía así sencillamente: Te adoramos, Señor Jesucristo, (aquí y) también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo".
Si bien esta oración no hace referencia explícita a la Eucaristía, su contenido y, sobre todo, su situación local (en la iglesia), además de la interpretación y el uso sucesivo de la misma en la orden, no permiten dudar del carácter eucarístico de la oración. Cada vez que es visitada o vista a lo lejos, es una invitación a la oración de adoración y bendición a Cristo, cuyo cuerpo está presente y se conserva en el sacramento. La fe del santo supera los límites de cualquier iglesia, y alcanza con libertad a Cristo en los signos externos de su presencia, uniendo en la oración la adoración y la alabanza, la eucaristía y la cruz.
La base litúrgica de la oración -una antífona del oficio de la fiesta de la Santa Cruz- nada quita al sello origina que le imprime la devoción de Francisco. Cuánto amaba Francisco esta oración y deseaba que la recitaran los frailes, lo refieren la Primera vida de Celano (45), la Leyenda mayor (4,3), y los 3 Compañeros (37). Este último texto, hablando de los hermanos fieles a las admoniciones el santo, anota que "Cuando se encontraban alguna iglesia o cruz, se inclinaban para orar y decían devotamente: "TE ADORAMOS CRISTO, AQUI Y EN TODAS LAS IGLESIAS QUE HAY EN EL MUNDO ENTERO, PORQUE CON TU SANTA CRUZ REDIMISTE AL MUNDO"
Por tanto, la oración no está sujeta a las visitas a una iglesia ni mucho menos a la naciente forma devocional de la visita al Santísimo. Este extremo no debe sorprendernos, pues demuestra, más bien, que san Francisco no sigue las nuevas formas de devoción, sino que permanece anclado en la fe adoradora, en la actitud de oración, en su sobriedad y sustancia, más que en sus formas externas. Sale a flote una vez más su equilibrio e interioridad, el deseo de encontrarse con su Señor allá donde haya un signo que recuerde la cruz o la eucaristía.

COMPARTO CON USTEDES HERMANOS ESTO, QUE NOSOTRAS CONSAGRADAS, TAMBIÉN REZAMOS CADA DÍA EN LA LITURGIA Y EN CADA IGLESIA Y EN CADA SAGRARIO: "TE ADORAMOS SEÑOR JESUCRISTO, AQUÍ Y EN TODAS TUS IGLESIAS QUE HAY EN EL MUNDO ENTERO, Y TE BENDECIMOS, PORQUE CON TU SANTA CRUZ, REDIMISTE AL MUNDO"