viernes, 23 de mayo de 2008

María, la Hija de Dios.
Ella nos muestra el verdadero ser hijos de Dios. Con su pureza, obediencia, sumisión, docilidad y sobre todas las cosas la sencillez y humildad características; muy propias de ella, nos va indicando el camino de una verdadera vida filial con Dios.
Como hija de Dios, María, en primer lugar nos deja ver en su actuar cotidiano; actuar que nace de mi imaginación, la relación íntima de hija a Padre y de Padre a Hija.
Deseo expresar algunas referencias de mi imaginación acerca de la relación de María con Dios. Me la imagino totalmente feliz de encontrarse con su Padre ¿dónde? En la ORACIÓN ¿Cuándo? SIEMPRE ¿Por qué? Porque consideraba una NECESARIA OBLIGACIÓN DE AMOR ir al encuentro con su Padre.
Como cada uno de nosotros, que tenemos esa urgencia o necesidad de ver a nuestros padres, o al menos así debería ser; todos los días si es posible. O algún llamadito por teléfono, o una carta si estamos lejos, o un e-mail en este tiempo. Nos tenemos que comunicar, no los tenemos que sentir lejos, tenemos esa necesidad de sentirnos partes de nuestros padres y que ellos se sientan parte nuestra. Tenemos la inquietud de hacerlos sentir bien, de que nos ocupamos de ellos, que estamos atentos a sus necesidades. Y muchas veces, ya crecidos los hijos, necesitamos recibir sus consejos, sus opiniones.
Muchas veces los extrañamos y queremos tenerlos cerca y eso nos motiva a comunicarnos con nuestros padres de alguna manera, vamos viendo la forma de acercarnos aún a pesar de la lejanía. Muchas veces planeamos las vacaciones para estar y compartir con nuestros padres después de un largo tiempo sin verlos.
Es decir, nuestros padres son parte esencial de nuestra vida, autores de nuestra existencia, merecedores de nuestra atención.
Hecha esta referencia, entonces, me imagino María con esta relación con su Padre Dios. Relación que la lleva a discernir y conocer muy bien la voluntad de su Padre. Como quien dice “te conozco, conozco tus gustos” así María conoce la voluntad de Dios.
Al ir al encuentro de Dios su Padre se deja enseñar por Él, seguramente le pediría consejos para actuar como a Él le agrada. Seguramente no hubo ni habrá mujer más obsequiosa con su Padre celestial que María Santísima, su vida un regalo para Dios, todo en ella le pertenecía y le pertenece.
De esa relación Padre-Hija nace la prontitud en reconocer las cosas de Dios, la llamada de Dios y la sencillez en la respuesta. Ella tiene la certeza, más que nadie, de que Dios no nos pedirá nada que no podamos hacer y que todo lo que pide es porque Él lo hará. Y su prontitud en la respuesta es su cualidad mayor, su sencillez. Simplemente dice sí, porque su sí es para su Padre y un Padre nunca pide cosas malas a sus hijos ¿habrá entonces motivos para poner resistencia al pedido del Padre? Absolutamente no.
Es digno de imaginar la felicidad, el gozo interior que la desborda, como lo dice en el Magníficat, el hecho de poder encontrarse con su Padre. Porque no se me ocurre imaginar que el Magníficat es un canto que lo hace en ese momento porque como decimos “le cayó la ficha”… A María Santísima la ficha le cayó, si es que vale la expresión, desde siempre. Porque su gozo, su proclamación de la grandeza del Señor, el alma elevada a Dios y todo lo que dice en su canto no es que lo pensó en ese momento o que le produjo decirlo porque Isabel la elogió. No. María siempre, siempre proclamó la grandeza del Señor. Con su existencia proclamó y proclama la grandeza del Señor y su espíritu se alegró y se alegra en Dios, su Salvador.
Es por esto que, si miramos a María, podemos aprender en su escuela a ser buenos Hijos de Dios.
Siempre deseamos que hayan escuelas para padres, escuela para conductores, escuela para teatro, escuela para idiomas, escuelas… etc.… y tenemos una maravillosa escuela para ser hijos de Dios a la cual no concurrimos, ni miramos, ni advertimos muchas veces.
Si queremos ser buenos hijos, miremos a la Hija.
Y la sencillez con la que se acerca al Padre: nada de palabras rebuscadas, nada de tiempos medidos, nada de propuestas tontas o pretenciosas, nada de imposiciones o cuestionamientos, nada de dudas o desconfianzas. María se acerca a Dios realmente como lo que Él es, un Padre. Y ella se acerca también como lo que es, la Hija. Así de sencillo. Así como es ella.

María, como hija nos enseña a tener una relación personal con el Padre; Ella nos muestra cuánta comunión puede haber entre la criatura con su creador; de los hijos con su Padre.
Con su relación filial nos dice que nuestra vida debe ser totalmente filial, que nuestra relación con Dios no debe ser como con un jefe o un ser extraterrestre que nada tiene que ver con nosotros, sino de un ser que nos ama y está a nuestro lado todos los días de nuestra vida, que nos habla si lo escuchamos, que nos mima si nos acercamos, que nos muestra su plan de amor si se lo permitimos; y que tiene todo el derecho de pedirnos cosas, actitudes, misión… lo que Él quiera porque como Padre sabe lo mejor y quiere lo mejor para cada uno de sus hijos. Y como hijos debemos responderle con generosidad, ya que debemos agradar al Padre con nuestras obras, como lo hizo María.
¡Qué gracia enorme tenemos en María! La hija que nos muestra e ilumina el camino a los hijos, a cada uno de nosotros, para poder llegar a Dios nuestro Padre. Pero no para llegar referido a la meta última, es decir, no para llegar al encuentro con Dios en el cielo; sino que nos enseña a vivir una vida digna de hijos de Dios, acá en la tierra y todos los días de nuestra existencia.
María no es el modelo termina de cómo llegar al cielo, sino que es el modelo acabadísimo de cómo vivir el cielo; de cómo vivir la paternidad de dios en nuestra vida.
Teniendo en cuenta que el cielo es vivir en la presencia de Dios, cuánto más podrá experimentar el alma el mismo cielo sino cuando vive en comunión con su Padre celestial.
Y esta es la vida de María, esta es la comunión de la Hija con su Padre, la experiencia de cielo. Vivir en la presencia de Dios hace de nuestra vida una vida única, feliz, esplendorosa y totalmente filial como la de María.
Llegar, entonces al cielo, o a la meta no es cuestión que comience con la muerte, de hecho la Iglesia nos enseña que María no conoció ni experimentó en ella la corrupción, María no pasó por la muerte. Entonces, si este fuera el único encuentro de cielo, ¿María dónde estará?
Entonces, como decimos, el cielo es la contemplación de Dios que puede darse todos los días, todo el día. Esa es la meta que nos muestra María Santísima, ese es el cielo que debemos aspirar. La vida eterna se dará por añadidura si vivimos acá la experiencia de Dios.
Y esa es la meta que ella nos enseña con su vida, no el fin último sino el fin primero. El fin último sería la muerte, el fin primero es vivir desde ya la presencia de Dios y en la presencia de Dios, nuestro Padre.
Ir a su encuentro, ir a él, estar con Él, dedicarle su tiempo, devolverle lo que nos da. Escuchar su Palabra, conocer los sentimientos de su corazón que nos expresa en las Sagradas Escrituras, leer todos los días sus cartas de amor que es la Biblia. Leer nuestra vida en esas páginas llenas de amor y donación para sus hijos, recibir tantos consejos que nos llevarán sin dudas a una verdadera vida de cielo, en la casa del Padre. En nuestro corazón que es su casa y proclamaremos la grandeza del Señor y se alegrará nuestro espíritu en Dios, nuestro Salvador porque nos ha mirado con bondad.
Nos ha mirado con bondad y nos hemos dejado ver por su bondad, porque el totalmente nos mira bondadosamente, pero no caemos en la cuenta y no le damos importancia.
María nos llama continuamente a dejarnos mirar con y por la bondad de dios, nuestro Padre, que se fija en el humilde y pone sus ojos en los pequeños, en los que se humillan.

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